¿Quién alguna vez, al leer, escuchar, ver, observar, notar, no ha decidido que debe volver atrás para comprender? Luego de revisar, identifica que estuvo equivocado o que finalmente está en lo cierto. Con los resultados debe proceder de conformidad; es lo menos que se espera en una persona honesta.
¿Quién no ha expresado alguna vez: No entiendo?
Una función integrada al cerebro es la capacidad de comprensión que tienen las personas dentro del contexto general de inteligencia. Los seres humanos se expresan de diferente manera, para revelar entre otras cosas sus propias concepciones de vida y convicciones sobre el comportamiento. Todo ello conduce a un sistema de integración presencial o a distancia, tanto en tiempo real como en diferido, en espacios diferentes.
La comprensión es una acción aparentemente sencilla con enormes diferencias cuando se profundiza en cada ser. Las expresiones por el verbo, la escritura, las imágenes tradicionales, las señas, los gestos, y cuanta manera exista de comunicación entre personas, deben llegar a las demás con la intencionalidad de quien comunica. Cualquier evento que interfiera esta relación: efectora-receptora, es indeseable.
La carencia de comprensión es una barrera real que dificulta de distintas maneras la relación necesaria entre personas. Esta privación tiene diferentes grados: Desde una total, universal y permanente ausencia, idiotas, hasta parciales y selectivas, que pueden ser por daños tanto en la anatomía cerebral como en la función. El comportamiento habitual puede conducir a un bloqueo de la comprensión en temas rechazados, conscientes o no, por las personas.
Por lo anterior, se extraña la falta de comprensión en temas generales o especiales, que exhiben personas que debieran tener la obligación de expresar sus opiniones; gobernar; legislar; dirigir; investigar, ¡Quién creyera que entre ellos puede existir este fenómeno carencial!; o realizar actividades de cualquier índole. Sin el discernimiento, no se obtiene el logro consciente de la identidad o del disentimiento.
Las controversias son útiles y necesarias cuando hay franqueza, oportunidad y consideración. No se dan adecuadamente cuando el objeto de ellas no parte de una comprensión del problema derivadas de la afirmación o la negación. Los ejemplos brotan por doquier y más cuando la hostilidad y el odio, campean entre quienes se oponen.
Esta falta de comprensión y sus resultados indeseables puede lograr que las personas sin conocimiento del asunto o interesadas en propalar la tergiversación, con diferentes fines, interpretan inadecuadamente a cualquiera de los intervinientes en la polémica.
Ahora es frecuente la no comprensión en temas sensibles como los derechos y deberes, la política, el poder, el dinero, la familia, los abusos y cuanta actividad sea propia de las personas.
Es triste observar cómo, en personas pretendidamente competentes, aparece la sombra de la no comprensión, total o parcial, terminando sin entender plenamente, y con ello ejercen o lo pretenden, una profesión u oficio reconocido que llega a ejercer dirección, consejería, gestión, educación y muchas otras que implican acciones de responsabilidad.
No puede ser confundida la comprensión con la falsedad. Puede ser falso y es comprensible. Puede ser verdadero y es incomprensible. La sola comprensión no admite juicio de valores. Pueden ser obtusos quienes producen como quienes son receptores y la comprensión está ausente. El no comprender conduce a un estado de aislamiento y los resultados o acciones se ven distorsionados frente a la realidad que otros aceptan entender.
El caos, como el que vive el país en ciertos círculos, no podrá terminarse hasta cuando quienes tienen la obligación y derecho de ser claros se confronten con quienes tienen el derecho y la obligación de comprender. Lo demás, es un galimatías propicio para réditos impensables.
Finalmente, con el debido respeto: ¿Comprendieron?
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