La mayor verdad a la que se enfrenta el ser humano a través de su vida, consciente o inconsciente, es la muerte. El fin de la existencia física es un mandato biológico de todos los seres. Incluye la realidad que indica que nada se destruye, todo se transforma, que abarca la parte material de las personas al final de sus días.
La capacidad de vivir es innata y está dada por la genética, pero no siempre es imperativa porque vivir es una acción sometida a diferentes agresiones que se desprenden desde la misma concepción hasta el punto final terrenal. De ahí en adelante lo que suceda dependerá de las creencias de cada persona.
Esas creencias están fundamentadas en sus formaciones religiosas a través del transcurrir de los años, ya sea heredada de sus progenitores y fortalecida con el devenir de los años, o adoptadas en el discurrir de la misma existencia terrenal. Todas las maneras de pensar y esperar son absolutamente respetables y comprensibles en la medida de entender los derechos de los demás.
Dentro del rango de posibilidades a partir de la muerte es igualmente importante considerar que con la muerte se acaba todo. A esa conclusión llegan cada vez más seres humanos ya sea por una ecuación matemática, a más habitantes mayor número de personas se alinean en un sentido relacionado con la muerte; o arriban a ese resultado mediante el análisis profundo, cimentado cada día; o llegan allí como lo enseña la escueta ciencia; o concluyen simplemente porque es la moda.
Sin embargo, luego de lo que suceda o no, inmaterialmente, después de la muerte hay que pensar en la fase pre mortal a la que se exponen los seres humanos e independientemente de una muerte instantánea por causas naturales o por motivos violentos o simplemente traumáticos.
Con la pregunta lógica: ¿Cómo quiere su muerte? Las respuestas son diversas pero hay un alto grado de coincidencias en algunos aspectos. Igualmente todas las respuestas mediadas por deseos, muchas veces ligadas a su formación incluyendo la religiosa, merecen respeto y acatamiento sin que se convierta en una transgresión a la ley y menos una imposición a otros, quienes también merecen respeto.
Entre las respuestas sobresale aquella que expresa que quiere una muerte tranquila en donde la ausencia de dolor sea un imperativo. La tranquilidad depende de muchos factores incluyendo su propia paz espiritual y mental, en donde se debe incluir la imperturbabilidad frente a sus lazos terrenales. Pero antes de ese momento final, viene la preparación para ese instante y cada quien tiene la oportunidad, con vida plena, de determinar que tiene: El derecho a morir dignamente.
Es un derecho, pero es optativo en la medida en que la sociedad lo permite y la ley lo reconoce y aplica universalmente. Quien decide que le asiste plenamente su voluntad en determinar la manera de como desea morir, dentro de la ley debe ser respetado aún en contra de sus familiares, quienes debieran ser los primeros en acogerse a la decisión certificada, e inclusive hay que llegar hasta la determinación verbal debidamente comprobada.
La encrucijada de la decisión de definir, si es posible, la manera de morir debe ser resuelta con plena consciencia y luego de razonar con su leal saber y entender de un lado y del otro las condiciones personales, familiares y sociales que lo rodearan.
La muerte con dignidad no es exclusiva de una enfermedad o de un grupo de ellas. Tampoco depende exclusivamente del género, raza, edad o etnia y menos con su condición socioeconómica. La muerte, es una responsabilidad personal y no de la familia.
La medicina es apenas un instrumento de voluntades, la cual no debe prestarse para transgredir los derechos y deberes constitucionales explícitos de los pacientes. Seguirá existiendo la objeción de conciencia personal pero jamás la institucional.
Cada vez con más frecuencia y contundencia se preguntan las personas: ¿Se busca la muerte con dignidad y la protección de la vida digna dónde se ubica y logra? Cierto y deja una preocupación que no es fácil solucionar pero definitivamente es una obligación social y estatal que hoy pareciera una utopía. ¡Hasta cuándo!
Nota. Manizales, plenamente ciudad universitaria. El Concejo tiene la decisión.
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