Cada época trae sus afanes. A los ciudadanos les corresponde vivir el tiempo signado por los acontecimientos que suceden durante su existencia, desde el período prenatal hasta la muerte. Los hechos previos inciden en la medida que ellos impacten a sus ancestros o se tengan secuelas de lo sucedido. Lo retrógrado será motivo de olvido, a veces inconcebible, pero existe el peligro de repetir acontecimientos con mayor o menor gravedad.
El futuro para el ser humano es el mañana, ya sea que le corresponda descifrarlo en vida o no le competa porque ha muerto. Permanentemente se construye, se destruye o se mantiene, consciente o inconscientemente, de ello se deducirán responsabilidades que serán evidentes o disimuladas, ambas posibilidades podrán ser gravosas o nimias.
Se ha repetido que la historia debe conocerse para reafirmar lo benéfico y evitar lo maligno, en sus diferentes escalas. ¡Es cierto e irrefutable!
Hace unos 30 años las personas que terminaban los estudios del antiguo bachillerato habían oído de Nicolás Maquiavelo. Universitarios de todas las disciplinas tenían un poco más de conocimiento sobre este personaje, muchas veces mal entendido autor de El Príncipe, libro que ha servido para innumerables y controvertidos análisis.
Ahora, la académica Erica Benner, de la Universidad de Yale, ha publicado otro interesante estudio sobre Maquiavelo: Be Like the Fox (literalmente: Ser Como la Zorro 2017), y dice que Maquiavelo llega a la conclusión de que las crisis democráticas se deben a dos causas, una de ellas es el “sectarismo extremo, que no es lo mismo que las discrepancias, por grandes que sean entre los partidos políticos organizados. Las discrepancias pueden ser síntomas de la buena salud de una democracia”.
Quien lea ese artículo y lo contraste con la realidad colombiana, evidencia que luego de 500 años no ha cambiado nada para algunos países y sus instituciones. La autora deja estas frases demoledoras: “Maquiavelo nos ayuda a interpretar con agudeza las señales de peligro político, y su vida y sus palabras nos enseñan a no crear nuestros propios infiernos políticos, ni empeorar los que ya tenemos”. ¡Ni que hubiera visualizado el futuro político del orbe en el 2017!
El Congreso ha sido escenario de muchas confrontaciones, el listado es extenso y denigrante pues han existido lesiones físicas y asesinatos, que han sido la negación del razonamiento, que es la conducta que debe imperar.
La semana anterior a raíz de un debate sobre la corrupción en el país se produjeron severas agresiones verbales.
Para ser congresista se necesita una máxima dosis de cordura, que permita el libre derecho a hablar y escuchar sin más armas que la razón, la verdad, el valor civil y las pruebas.
Es necesario que en todos los debates, tanto quienes los promueven como quienes siendo congresistas son los objetivos de las denuncias por sus acciones, omisiones y obras, se guarde una actitud siempre digna. Ello no significa transigir bajo circunstancia alguna.
Da la impresión que a veces estas acciones sirvieran para distraer de lo fundamental, que es lo que le interesa al país.
Los gestos y las palabras no deben distraer de la esencia de los temas tratados, ello es el motivo del debate, de lo contrario puede parecerse un acto vulgar, como en efecto sucedió. Pero se ha dicho que es asunto de tono. No, no fue el tonito, del que tantos se quejan.
Cualquier persona, llámese congresista o civil del común, sin importar su labor, así sea un indigente, merece que se le respete en público aunque se le endilguen comportamientos indignos o sea el responsable de actividades anticonstitucionales o ilegales.
No se pueden confundir los hechos. La gravedad de las denuncias o la independencia de los juicios y la libertad de las intervenciones deben estar enmarcadas en un comportamiento y lenguaje que permita el imperio de la inteligencia y no de la fuerza.
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