Los viejos tenían tiempo y disposición para conversar; consideraban que la relación propiciada por esta acción, que incluía a la familia, era fundamental para fortalecer el descanso físico entre las arduas labores físicas o en el intermedio necesario en las actividades del intelecto.
Solo libros, periódicos, ocasionales revistas, mensajeros, cartas, boletas o en su época la radiodifusión incipiente, le proporcionaban a la persona la información que necesitaba o que le llegaba aún sin solicitarla, pero que la recibía como parte de una conducta heredada o adquirida de otros, aún sin ser profesionales.
La intención de formación inducida no siempre era posible; había otros intereses destinados a lograr la obtención o consolidación de capital, como fin fundamental de la existencia. La construcción o preservación de la familia demandaba buena cantidad de monedas.
No había distracciones como existen hoy. El analfabetismo era elevado y las escuelas estaban limitadas por muchos factores, entre ellos personales y familiares, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos y grupos especiales.
Quedaba el compañero, la familia, a veces el patrón o el subordinado, para comentar e intercambiar ideas. Las órdenes y la obediencia eran de otro contexto.
Ahora sucede lo contrario, aparentemente no hay tiempo para conversar. Las distracciones, en sentido amplio, apartan a las personas del contacto presencial con el semejante. La facilidad que se exhibe con la utilización de teléfonos satelitales, permite ya no hablar sino escribir y leer de todo, a todas horas y en todo lugar, entre dos o más personas interesadas y encadenadas. ¿Conversan o solo se transmiten noticias o cuitas o simplemente difunden falsedades?
Como se ha repetido tantas veces y por tantos, el vicio de comunicarse innecesariamente ha llegado hasta el hecho aberrante de utilizar el sistema virtual teniendo al receptor o receptores al frente. ¡Un horror en las relaciones de los seres humanos!
Para recordar tres hechos recientes. El primero, involucra una persona que apoya el proyecto de considerar la coca, no cocaína, bajo otros aspectos y solicitaba conversar sobre el tema. Segunda, la pianista eximia Teresita Gómez expresó tajantemente que le gustaba conversar. La aproximación entre gobierno y fuerzas irregulares ha comenzado conversando.
Existen miles de ejemplos, incluso cuando alguien pronuncia la sentencia: ¡Tenemos que conversar! Como dice un dicho popular: ¿Quién dijo miedo?
Conversar es un acto libre de intimidación, porque no tiene como objetivo fundamental destruir al contertulio o grupo de ellos. Simplemente, es un diálogo alrededor de uno o varios temas con el fin de conocer las ideas o las propuestas de otro u otros, en un ambiente que al menos debe ser independiente, franco, respetuoso, natural y cordial.
Una conversación no es punto final, ella es el eslabón de una cadena de eventos. Nunca se agota, puede suspenderse por variados motivos pero seguirán existiendo causas para seguir platicando, inclusive sobre el mismo tema o sobre lo ya hablado.
Ahora, ¿sería importante conversar sobre las medidas adoptadas con motivo de la crisis sanitaria y su impacto social, económico y psíquico?
Para conversar no es necesario ser erudito, entre ellos que dialoguen, aunque hay letrados cuya plática produce y permite un verdadero placer intelectual y espiritual. Entre más sencillo el coloquio mejor para todos, tanto para los que intervienen como para quienes lo escuchan o lo leen.
Hay que conversar. Ello no significa perder principios ni deponer ideales.
Nota 1. Hace 100 años se pretendía con vacuna eliminar la tuberculosis. Un buen motivo de conversación porque la enfermedad todavía es endémica. ¡Existe un abismo entre bacterias y virus!
Nota 2. ¿Por qué no se conversa sobre Manizales, Ciudad Universitaria?
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