Nota de neófito. Una orquesta sinfónica en plena ejecución de una tradicional obra maestra es la antítesis del caos. La sincronía en la interpretación de la partitura es un deleite para el cerebro con sus emociones, a través del sentido de la audición. Las personas disfrutan más cuando conocen la época y los motivos por los cuales el compositor construyó la pieza musical. Los arreglos jamás eliminarán el tema central y en algunos casos pretenden reafirmar la creación artística.
Afortunadamente, porque las ventajas son inmensas, hay cada vez más personas que gustan de la música compuesta por los grandes maestros como Amadeus Mozart, Gioachino Rossini, Frédéric Chopin, Antonin Dvorák, los Brahms y la lista es larga que se completa con los gustos individuales que no pueden catalogarse en extremos como mejor o peor. Hay obras que trascienden como la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven o Aida de Giuseppe Verdi o las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi o Huapango de José Pablo Moncayo.
Aunque las reconocidas sinfónicas están integradas por eximios maestros, necesitan de conductores que impriman circunstancias interpretativas, que hacen la diferencia para los conocedores profundos de la música.
Cada director tiene su estilo y no son lo mismo Daniel Baremboin en el Vals del Emperador o Herbert von Karajan en Carmen de Georges Bizet o Gustavo Dudamel en el Bolero de Maurice Ravel o Alondra de la Parra en la Noche de los Mayas de Arturo Revueltas o Valeri Guérguiev en Sherezada de Nicolai Rimsky-Korsakov.
Con solo mirarlos y observar detalladamente sus gestos, ademanes y el manejo de la batuta, se entenderá por el ciudadano del común el valor diferente de cada guía orquestal.
Los directores son personas preparadas largamente, de trayectoria académica continua envidiable, con experiencia sedimentada y dedicación absoluta a la música. Ellos también tienen sus preferencias y maneras de hacer llegar al público cada obra seleccionada. Está lejos de ellos la ineptitud.
Para ellos la dirección orquestal lo es todo y lo mismo ha sucedido con el compositor, aún el de la música conocida como popular. Modernamente, esta última lamentablemente a veces lejos de la realidad, o a lo mejor cerca, en donde el tema central es prosaico.
En Colombia existieron ministros sin títulos que cumplieron su función muy bien. Hoy no sería aceptable que ocurriera lo mismo y, por el contrario, las personas por múltiples y disímiles razones acumulan títulos a veces sin relación unos con otros. Algunos aspiran a dirigir en diferentes ámbitos o sea que entre sus sueños se encuentra el verbo mandar que pretenderán conjugar en diferentes tiempos.
Para dirigir, o sea mandar, unos se preparan y otros no. Unos le dedican su vida a ello. Otros lo hacen por temporadas. Y, otros lo hacen una vez y no quieren volver jamás. Un director de verdad no puede hacer su tarea por intuición; debe tener bases que le permitan consolidar su trabajo y esperar siempre buenos frutos derivados de su gestión. Un buen conductor se debate entre la dura realidad y los sueños, pero no puede confundir los dos aspectos porque termina engañado y haciendo lo que no debe.
Quien quiere un cargo y lo acepta cuando llega la ocasión, empieza de inmediato su compromiso. Debe asegurarse que su batuta, gestos y ademanes no confundan a los ejecutores que hacen parte del equipo o a quienes desde el exterior se interrelacionan con él o con su grupo. Si ello sucede debe entender que su tiempo se ha acabado.
Nota: Manizales, Ciudad Universitaria, es un ícono de la educación superior.
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