En la formación de los seres humanos, absolutamente diferente a la instrucción, las cuales se confunden en no pocos círculos relacionados con la educación, intervienen presencialmente personas o lo hacen a través de los distintos medios de comunicación. Indudablemente, las actividades de formación sirven para moldear, la personalidad.
Formar no puede ser una acción que abuse de los derechos que concurren en cada persona. Ellas deben ser respetadas y en la medida en que se instruye y forma, complementos, adquiere las vivencias propias de su género, edad y etnia. Cada quien va adoptando sus propias conductas dentro de un marco de convivencia entre seres humanos definido por el entendimiento y respeto a toda la naturaleza.
El entorno de los seres humanos merece ser cuidado pero su protección no puede estar en contravía, bajo ninguna consideración, de la existencia humana. Con esfuerzos universales y conscientes pueden coexistir en equilibrio. Aunque muchos no lo crean, las personas son irrepetibles en la naturaleza y se convierten en los seres de primer orden, dentro de los conceptos: Naturalista, biológico y humanista.
Entre las conductas deseables de los seres humanos está el reconocimiento de sus propios aciertos y errores.
Todas las personas, están sometidas en su accionar en cualquier tiempo de su existencia a atinar o a equivocarse. Sería farragoso explicar los motivos de una u otra conducta en un sistema de vida cada día más complejo. La vida bucólica en Colombia ha quedado atrás.
La semana anterior una persona multimillonaria ha reconocido que cometió un error al no realizar una operación comercial que le hubiera dado enormes réditos. Similarmente, en diferente proporción los seres humanos anuncian sus equivocaciones. Afortunadamente, las personas tienen a su haber más aciertos que fracasos. Más allá de lo mercantil, ocurren otras importantes fallas o venturas derivadas del diario vivir de las personas
Sin embargo, en la formación de los seres humanos el reconocimiento verídico, personal, moderado y voluntario de éxitos o desaciertos, implica en ambas circunstancias un gran valor. Existiendo la posibilidad, con el tiempo, de convertir triunfos en fracasos o éstos en venturas.
No es fácil reconocer los errores personales, inclusive profesionales. Los méritos, a pesar de lo que se diga, son la medida universal para asignar papeles en la vida. Cuando no se tiene méritos para A, se pueden tener para B o C. Es una tarea importante descifrar para cada persona, incluyendo la autocrítica, su adecuada ubicación, que todos la tienen dentro de una sociedad.
Hoy los fracasos se esconden y se encumbran las conquistas. Se pierde la ecuanimidad y se fortalecen los egos. Pero es igualmente evidente que hay personas o grupos, cada vez más numerosos, que de una manera incomprensible destacan vehementemente los errores de los demás o lo que se cree que son faltas y menosprecian los aciertos. No es sino observar alrededor y se encuentran los ejemplos, en el Estado y en lo privado.
El Bicentenario
Con muchos eventos se está celebrando el Bicentenario de la Batalla de Boyacá. Además es la oportunidad para recordar los inicios de la educación en Colombia, citado en: El Régimen de Santander en la Gran Colombia, del historiador David Bushnell. De una parte, la que lideró la Iglesia Católica, protegida por el Estado que incluía la evangelización, en todos los rincones a donde llegaba el mensaje de la Fe Cristiana. Han sido fundamentales hasta estos días los colegios y las universidades así constituidas.
De otra, la que apoyó el General Francisco de Paula Santander bajo la tutela de la naciente Nación. La educación médica despertó el interés de quienes vinieron de España como es el caso de José Celestino Mutis, con su expedición Botánica, la cual fue una proeza científica, con sus incipientes clases de medicina en medio de una inmensa escasez de médicos.
Posteriormente un programa de medicina fue incluido en la Universidad Central, precursora de la Universidad Nacional, hasta cuando el general santandereano proclamó que para ejercer medicina se necesitaba el título de doctor, obtenido generalmente en el exterior.
Nota: Manizales, orgullosamente universitaria.
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