Las personas, cualquiera que sea su condición, merecen y necesitan estímulos a través de la vida. Es una verdad que se diluye en el tiempo con la integración a diferentes comunidades. Hay seres humanos que se inclinan a la búsqueda incesante de reconocimientos y existen otros que no tienen ni desean tener esta conducta.
La escala de quienes desean recibir estímulos en sus vidas es muy amplia, como diversos son sus intereses. Quienes no son proclives a ellos, tienen consideraciones de variada índole para no estar pendientes de exaltaciones derivadas de su labor, ya sea remunerada o altruista. Muchos en la senectud piensan que debieron ser galardonados y a veces terminan, por ausencia de un reconocimiento oportuno, en crisis.
Hay obligación de reconocer a quienes cumplen con su deber. No todo se compensa con monedas, porque existen otras condiciones que animan a las personas y hacen de ellas seres mejores para bien de la sociedad. En infinidad de veces las simples gracias con una sonrisa, una inclinación de cabeza, una mirada cómplice, una palmada cariñosa o un saludo afectuoso, son premios de inmenso valor para muchas personas, independientemente del género y la edad.
Existen distintas maneras de enfocar los comportamientos de los demás ante el otorgamiento y recepción de un estímulo, que va más allá de la compensación escueta y legal, cualquiera, por su trabajo. Para unos se justifica, para otros es inadecuado porque argumentan que el cumplimiento del deber no merece nada más allá de lo pactado, para otros no es ético que a un funcionario al servicio del Estado se le concedan honores, para otros nada es perfecto por lo tanto no merece nada adicional y otros más, son actos indiferentes.
Se discute si los reconocimientos son mejores en vida de las personas o cuando ellas han fallecido, sin importar el tiempo transcurrido. En todo ello, los enfoques son entendibles pero no siempre aceptados. Ejemplos clásicos son los honores a los héroes de la Independencia, o a quienes han dejado una o varias huellas que no se borran con el transcurso del tiempo. Hay muchas maneras de rememorar continuamente a una persona, no siempre con medallas, esas formas pueden ser detalladamente analizadas e indicarlas acorde a la calidad del fenecido.
Se ha concedido La Orden Cruz de Boyacá a distintas personas nacionales y extranjeras. De cada una se argumentan sus cualidades y la necesidad de reconocerlas. Presidentes, diplomáticos, deportistas, artistas, literatos, políticos, empresarios y filósofos, son apenas una muestra de quien la ostenta, seguramente con orgullo. ¿Alguna habrá estado en una prendería? La lista de beneficiados es larga, como distintas son las condiciones de cada quien. Ninguno coincide favorablemente con todos quienes recibieron la bella condecoración en cualquiera de sus grados.
¿Quién se merece la máxima condecoración del país? Es difícil contestar esta pregunta, porque las razones de adjudicación son múltiples y quienes la otorgan son diferentes según los gobiernos. Subsidiariamente se debe hacer otra pregunta: ¿Quién no la ha merecido? En la lista de quienes la recibieron, hay varios a quienes no se las debieron otorgar. En situaciones de galardones es tan diversa la opinión, como adeptos o enemigos tiene al personaje y no es extraño que la envidia permee varias respuestas.
Nada es más valioso que la conservación de la vida y todo lo que ordenan la Constitución debe ser acatado sin menoscabo de la dignidad del ser humano.
Nada más importante que vivir. Ni medallas, ni pesos, ni otros honores pueden llevarse a la balanza y menos ganar en ella frente a la tenencia de la vida.
Existe un axioma que indica que los honores no se rechazan. Ello adquiere más fuerza cuando no se ha buscado abiertamente ni mediante estrategias clandestinas o por mensajes inductores.
El otorgamiento de reconocimientos es una función de otros seres que actúan con verdad, justicia y equidad.
Nota: Manizales tiene la capacidad de mantener el liderazgo de Ciudad Universitaria.
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