Desde esta tribuna hemos reclamado con insistencia a quienes posan de líderes del sector privado para lucrarse de lo público, que asuman sus responsabilidades políticas, sociales y económicas participando en el manejo del Estado. Y la insistencia se basa en un único postulado: quien asume responsabilidades y pone el pecho manejando lo público, está expuesto al escrutinio general, y debe someterse a un juicio implacable que se desprende de sus hechos, capacidades y resultados; pero quienes manejan lo público desde el sector privado, se eximen de sus responsabilidades por los fracasos, y se arrogan los éxitos así sean ajenos.
Tal vez por eso ha sido tan difícil encontrar quién abandone su zona de confort en el sector privado y lo arriesgue todo para participar en lo público. Es una labor titánica lograr que quienes han invertido en empresa privada generando empleo, riqueza, dinamismo económico y bienestar social, decidan trasladar sus experiencias a la administración del Estado, pues los riesgos que esto implica son inmensos y se entra en un mundo totalmente diferente: se pasa de la agilidad de lo privado, a la paquidermia de lo público; de la tranquilidad de disponer de recursos propios con criterio práctico, a la obligación de utilizar parámetros estrechos que dificultan la optimización; de un sector donde los errores se pagan con dinero, a otro donde todo error tiene consecuencias administrativas, civiles y penales. Es decir, se pasa del camino asfaltado, iluminado, señalizado y cómodo del sector privado, a la trocha intransitable, riesgosa, incierta, peligrosa y amenazante del sector público.
Por eso es muy halagador tener en la baraja de candidatos a la Gobernación de Caldas a un hombre como Camilo Gaviria Gutiérrez. Su vida ha estado dedicada a la empresa privada y ha sido exitoso en los diferentes cargos que ha desempeñado, y al tomar la decisión de participar en una contienda política es consciente del sacrificio que representa, del cambio profundo que le significará, y de que entrará a pisar un terreno deleznable donde con cada paso que dé estará arriesgando todo lo construido. Y no es fácil. Se necesita vocación, talante, voluntad, altruismo, conocimiento y seguridad para imponerse un reto de esta naturaleza, que le obligará a dejar sus comodidades y tranquilidad para asumir las riendas de una empresa de la que depende el futuro de cientos de miles de caldenses.
Por todo esto, y porque he aprendido a conocer las virtudes de Camilo, me parece una opción demasiado interesante. Pero, además, porque también hemos reclamado con insistencia en este espacio la necesidad de que en Caldas se presente un relevo generacional, y que sean los jóvenes quienes asuman las riendas del poder, y no podemos desaprovechar esta oportunidad. La juventud caldense tiene que reconocerse como aquella que está dispuesta a enfrentar las más grandes responsabilidades; tiene que convencerse de que vale la pena capacitarse para gobernar el país, y de que sí es posible ejercer el poder desde temprano. El mundo cambió y la universalización nos tiene que conducir a la ampliación de oportunidades; no podemos permitir que nuestras fortalezas se sigan fugando a otras latitudes porque no encuentran opciones en su suelo; no podemos darnos el lujo de capacitar a nuestros jóvenes para que sean explotados en otras ciudades o regiones.
Y como hay quienes critican a Camilo por su origen familiar político, hay que decirles que esa es tal vez una de sus mayores fortalezas y carta de garantía de que actuará con sindéresis, mesura y conciencia. El hecho de haber recibido el ejemplo, la gallardía y la templanza de un hombre como Fortunato Gaviria; y la capacidad de trabajo, el tesón y el ímpetu de Adriana Gutiérrez, implica que tiene una responsabilidad más allá de con sus electores. Implica que tiene un mandato, desde su hogar, de hacer las cosas bien, con honestidad, pulcritud y decoro pues está en juego toda la vida pública de sus padres y todo un prestigio ganado en franca lid. Y hay algo muy importante: su campaña ha estado enmarcada en la verdad, sin juegos sucios ni mezquindades, y ese es el mejor indicio.
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