Meternos mentiras parece ser el deporte que más nos gusta a los manizaleños, aseguran sin dudarlo algunos de nuestros más severos críticos, que aunque juegan de locales pensaría que no se percatan o hacen caso omiso del flaco favor, que le hacen al derecho que tenemos de construirnos como seres civilizados.
Desestimulan con sus burlas el valor de muchas iniciativas tanto públicas como privadas, que se quedan a veces solitarias buscando a tientas un apoyo que permita llevarlas a un final feliz.
Hablar de una especie de onanismo colectivo, que nos suple “alegremente” la realidad y nos alucina pensando que somos el epicentro del mundo; no es, a mi juicio un retrato bien tomado. Pienso por el contrario, que en nuestra idiosincrasia es más frecuente y sintomático el afán de ponernos zancadilla a cada paso, retrasando peligrosamente las posibilidades de avanzar.
Por ejemplo el Aeropuerto del Café, donde un equipo técnico, a la cabeza de Luis Fernando Mejía Gómez, es la historia de la cual soy testigo, uno de los profesionales más probos que conozco, esforzado por sacar adelante un aeropuerto considerado fundamental para el progreso regional; trabajo de grandes sacrificios compensados por la decisión de favorecer expresamente el bien común y animado por el hecho de verlo en funcionamiento bien sea el día de hoy o el del mañana.
Atacado por muchos, unos por intereses políticos, otros porque las altísimas exigencias técnicas y de experiencia los excluía de participar en las licitaciones de diseño, y un resto de ciudadanos y formadores de opinión, porque oyeron un rumor o porque somos desafortunadamente así, muy pocos que yo sepa, lo han hecho por convicciones eminentemente técnicas. Todo esto hace que los procesos de trabajo sean más arduos, altamente desagradecidos y estériles en algunos de los casos.
Ahí están la historia y las estadísticas, incluso la percepción ciudadana, para demostrar las grandes cosas que contra viento y marea hemos construido y el bienestar que conlleva vivir en Manizales y, también como ejemplo, los vástagos educados aquí gracias a padres que tomaron la decisión de mudarse a Manizales, algunos transitoriamente, para que sus hijos atravesaran la adolescencia junto a ellos, se formaran en familia, en civismo y respiraran aire puro.
Ahora que el mundo, en aras de superar la crisis generada por el coronavirus, reclama de nosotros la más “contagiosa” de las solidaridades, tengo la convicción de que si hemos decidido tomarnos de frente el futuro, mantener y cualificar una ciudad donde se pueda vivir; construir entre muchas otras cosas un aeropuerto de alcance internacional, deberíamos empujar todos al unísono para un mismo lado.
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