Hay una orquídea de la especie de las cattleyas que lleva, por la unanimidad de la American Orchid Society, el nombre de Lucía. Su observación constante y amor por la naturaleza “rescataron” del anonimato una flor, que a pesar de su belleza había permanecido en silencio, hasta aquel día en que se encontraron las dos.
El pasado lunes 13 de este mes de septiembre de 2021, a los 92 años, murió Lucía Jaramillo Gómez. Independiente de lo avanzado de su edad siempre fue una mujer joven, en virtud de la determinación con que tomó la decisión de serlo. Aseguraba Pablo Ruíz Picasso que cuando la juventud se asume, es para siempre.
La mayoría de las disciplinas que ejerció a lo largo de su vida demandaron de una dosis enorme de soledad y de silencio, allí encontró la sabiduría que le permitió vivir libre de cualquier guion escrito de antemano. Sabía muy bien que a lo que carecía de solución no justificaba perderle tiempo y lo que era susceptible de cambiar, lo emprendía de inmediato. Era tal la conciencia de sí misma, que nunca habló en contra, ni mal de nadie, eso jamás distrajo sus pensamientos. “Si no pueden hablar bien de alguien, mejor quédense en silencio”, le oí decir alguna vez.
Fémina de tiempo completo, participó en un concurso nacional de tiro, en un certamen diseñado expresamente para veteranos de las fuerzas armadas y consagrados deportistas de género masculino y ganarles, superando todos los records que se habían alcanzado hasta el momento.
Con la misma gracia y precisión que le exigió acertar en el blanco, hacer carambolas jugando billar, o tumbar aguacates con el revólver que había recibido de Rojas Pinilla como trofeo, hacía encajes de bolillo y cantidades de delicados “solecitos” para que al juntarlos se pudieran armar bellísimas carpetas de crochet.
Mientras pulsaba las teclas enchapadas de marfil de un piano-forte en comino crespo de factura alemana, fue descubriendo uno a uno los secretos más profundos de la vida, adquiría en cada acorde esa sabiduría que solo es posible aprender en periodos prolongados de silencio. Dedicó 8 horas diarias al piano; sonatas, polonesas, minuetos, hicieron parte de una disciplina que practicó ocho horas diarias durante muchos años. Hasta hace muy poco le fue fiel a este instrumento que le sirvió para hacer pactos secretos con la soledad. En la intimidad de los adagios expresaba sin dificultad toda la ternura de que era capaz su corazón y en su interpretación de los allegros con brío, expresaba toda la fuerza que la caracterizó desde siempre.
Después de haber acompañado a María del Pilar hasta tener una muerte dulce y tierna y, cuando ya todos estábamos grandes, estudió derecho en la Universidad de Caldas, tarea a la que se entregó con tal decisión que se ganó todas las matrículas de honor, mientras en los interregnos estudió aviación, afición que la llevó a manejar con toda naturalidad y destreza una Piper 22 Super Cup. Luego de recibirse de abogada, se especializó en derecho comercial, abrió su bufet, fue Superintendente de Sociedades y ocupó el cargo de Secretaria de Hacienda del Municipio de Manizales.
Cuando incursionó en política, militando en el Nuevo Liberalismo, fue invitada a una reunión del partido en Bogotá, el avión se retrasó y no tuvo tiempo de calzarse los arreos que había seleccionado para la memorable ocasión. Cuando abrieron la puerta de la casa de Carlos Lleras Restrepo a una mujer desconocida de maleta y neceser, respondió, ante el desconcierto del portero, que no había llegado allí para hospedarse, que consideraba más importante estar a tiempo para el debate que perderlo en acicalamientos extemporáneos e inoportunos.
Con Jorge Gutiérrez se asociaron para ser felices, mi papá no escatimó nunca un halago, siempre estuvo a su lado para animar sus empresas, cultivaron y se rodearon de orquídeas, a tal punto, que en sus diálogos conyugales, el latín de los nombres científicos se pronunciaba con “atrevida” fluidez.
Estos días, sin embargo, la acompañamos con devoción al acto más importante de su vida, embargados por una extraña mezcla de satisfacción, ternura y dolor y con la expectante sensación de que el cordón umbilical se hubiera roto esta vez y para siempre. Pero ahí están ustedes junto a nosotros, para ayudarnos a amainar el dolor, para rendir homenaje a una mujer que nos seguirá enseñando, con su ejemplo, cómo vivir a plenitud. Están ustedes también y su memoria, para recordarnos por siempre, que hemos heredado la fuerza necesaria para continuar en pos de ejercer, nosotros también, la libertad.
Decíamos no hace mucho, el 2 de febrero de este atípico 2021, en la entrega a la tierra de las cenizas de mi papá: Ustedes representan para nosotros una renovada historia de amor porque hemos vivido momentos que ya consignados en la memoria, nos alientan a seguir cantándole a la vida.
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