Con la esclarecedora y, para mí, envidiable lucidez que lo caracteriza, Antonio Caballero escribía en estos días: “Este Gobierno no quiere que se conozca la historia. Para decirlo con la manoseada frase del filósofo George Santayana, nos está condenando a repetirla. Y eso es un crimen”.
Michel Forst, relator especial de Naciones Unidas, exponía en una entrevista radial cómo su búsqueda por presentar al Gobierno el informe sobre los derechos humanos en Colombia antes de hacerlo oficial en la sede de Ginebra había sido infructuosa. En respuesta solo obtuvo un estrepitoso e incomprensible portazo, no importa que el objetivo fuera revisar conjuntamente los hallazgos encontrados, buscar soluciones para revertirlos, así como estimular las intervenciones oficiales que han logrado en parte la mitigación de este problema.
Ya se había presentado un bochornoso incidente con la ONU a raíz del informe del relator Alberto Brunori difundido el pasado 25 de febrero. El presidente Iván Duque luego de “conocer” el contenido no tardó en mostrar su airada indignación, habló de intromisión en la soberanía por unas recomendaciones contenidas en él, que son a mi juicio inherentes a cualquier informe, rechazó el sesgo ideológico y el que no se hubieran tenido en cuenta los logros de su gobierno en la implementación de la paz y en la defensa de los Derechos Humanos.
El presidente Nicolás Maduro, en un escenario similar, criticó el informe “... tiene una visión "distorsionada" y omite "los logros" del chavismo en esta materia”. En esto coinciden tanto el gobierno de Colombia como el de Venezuela y son precisamente solo ellos dos, entre otros países, los que han rechazado de plano los informes de Naciones Unidas al respecto. Nicaragua ya la había despedido de su territorio.
Esa es según la ONU la historia más reciente de Colombia, puesto que corresponde al año 2019. Reconocer nada, hablar mucho eso sí, parece ser la consigna emitida desde el Palacio de Nariño. Al respecto el “estadista” y “demócrata” senador Macías: “El presidente debería revisar la relación de Colombia con la ONU y cerrar esa oficina de la comisionada de DD.HH., convertida en guarida politiquera con sesgo ideológico pasional.” Y agrega que una mirada externa es redundante, nosotros tenemos según él, las instituciones idóneas. Al respecto pregunto, ¿se puede ser objetivo siendo simultáneamente juez y parte? ¿Se puede ser objetivo cuando la ministra del Interior prácticamente conceptúa que son más preocupantes las muertes por robos de celular, que los asesinatos de líderes sociales?
La Coalición Internacional de Sitios de Conciencia, en conjunto con la Red de Sitios de Memoria Latinoamericanos y Caribeños, tomó la decisión luego de una exhaustiva reflexión y de un compás de espera de más de un año, de suspender la membresía del Centro Nacional de Memoria Histórica -CNMH-, en razón de que Darío Acevedo, nombrado por Duque, viene asumiendo posturas negacionistas y desconociendo el trabajo de las organizaciones de víctimas. De igual manera expresa su preocupación porque el Museo de la Memoria carece de representación de la sociedad civil y por el sesgo impuesto sobre sus contenidos. El director del CNMH alega su “inocencia”, porque a él nadie le advirtió sobre la importancia de pertenecer a esta red. El conflicto armado colombiano, negado por el uribismo, es justamente el origen y el insumo principal del Museo de la Memoria y de las investigaciones que le sirven de soporte.
Ahora la historia será escrita por Fedegán, según consta en el contrato a firmar con el CNMH. Soy consciente de que para esclarecer la verdad es necesario oír a todas las partes, pero de ella ya nos dieron desafortunadamente un avance, según el nada confiable José Félix Lafourie: los ganaderos en Colombia han sido víctimas del conflicto, no victimarios y punto.
El país está en un pugilato inadmisible si el objetivo fuera encontrar la verdad; los militares solo admiten la glorificación de las fuerzas armadas, su sentido del deber y el heroísmo de sus miembros, incluso están en la tarea de construir ellos también su propio museo de la memoria; el uribismo por su parte niega el conflicto armado y se han venido apoderando del CNMH para reescribir la historia a su favor y mientras tanto los representantes de las víctimas asisten confinados para protestar, en un espacio delimitado por alambres ubicado detrás del presidente y los militares a la ceremonia de “bendición” de la primera piedra del Museo de la Memoria y están pensando seriamente en retirar sus archivos pues temen, con sobrada razón, que sean manoseados por Darío Acevedo y su grupo.
Un historiador debe ser, ante todo, un profesional en el que su inmersión en la realidad esté motivada únicamente por develar la verdad, no importa lo dolorosa que sea ni qué tanto contradiga las conveniencias de su jefe. Por ende, debe estar libre de todo guion escrito de antemano, contrario a lo está sucediendo con los últimos setenta años de la historia de Colombia.
Ahí está la realidad para defender la historia: 600 defensores de derechos humanos amenazados, de ellos 250 asesinados, en diciembre 23; hubo 36 masacres en distintos lugares del país, estas son las cifras solo de 2019… infortunadamente serán el testimonio de la tragedia que azota al país y de los mezquinos intereses que la mantienen.
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