Cuando Álvaro Uribe estaba ad portas de ser elegido presidente de la república, una prominente dama manizaleña que tuvo el “privilegio” de estar en su compañía le preguntó emocionada si en su gobierno se iba a dar un gran impulso a la cultura a lo que contestó, mirándola con pesar: “mijita no vale la pena estar pensando en eso cuando hay cosas más importantes por hacer”.
De sombrero aguadeño, poncho y carriel, Álvaro Uribe presidió el primer consejo comunitario de cultura en el teatro Amira de la Rosa de la ciudad de Barranquilla. Como era de esperarse, todo allí fue folklore, que aunque a pesar de ser una manifestación importante de la cultura, no es per se el acicate para el emprendimiento y la innovación y mucho menos para hacer de este país una sociedad educada, civilizada y culta. Reducir la cultura únicamente a expresiones vernáculas o costumbristas es castrar la posibilidad de dialogar con la contemporaneidad y subestimar la producción artística nacional, que de por sí y, contra viento y marea es bastante rica.
Las convicciones y comportamientos del expresidente se han ido convirtiendo en el faro doctrinario del Centro Democrático, por eso no es de extrañarse que muchos de los funcionarios de este gobierno al seguir sus lineamientos estén en contra de la experiencia de la historia y, como en el caso que expondré más adelante, no parezcan capacitados para ver más allá de sus narices, constituyéndose a mi juicio, en un auténtico obstáculo para el desarrollo de la sociedad.
Cabría preguntarse: ¿Cuál ha sido el soporte de los pueblos cuando los acontecimientos arremeten contra su identidad y la pervivencia de ellos como sociedad?, sin lugar a dudas habría que responder que la cultura. Bajo la dictadura del Generalísimo Francisco Franco, se prohibió hablar en España en un idioma distinto al castellano. Una vez muerto y su féretro se asegurara con una placa de granito de varias toneladas, la gente salió a las calles a conversar y abrazarse en gallego, en catalán, en vasco…, habían guardado para sí el lenguaje que les permitiría reivindicar la opresión de que habían sido víctimas durante 45 años de dictadura despiadada y cruel. Lo mismo sucedió en Suráfrica con el apartheid, y en los países de la cortina de hierro. La Novena Sinfonía de Beethoven, el himno de Europa, fue utilizado por Hitler para “legitimar” el holocausto del pueblo judío, se acompañaba de la Oda a la Alegría de Schiller, “Uníos oh hermanos en un cósmico beso…” para encender los crematorios de Auschwitz, Sobibor, Treblinka. Cuando se supo del suicidio del Führer, o se derribó el muro de Berlín se interpretaron las notas triunfantes de la Novena Sinfonía.
Ha existido una asociación directa entre la violencia y la cultura, bien sea para defenderse con ella o para justificar los actos más despiadados de la historia humana. En el conflicto colombiano el Festival Internacional de Teatro de Manizales ha dedicado buena parte de sus últimas versiones a las víctimas, las ha visibilizado, reivindicado. Obras como Labios de Liebre de Fabio Rubiano, una historia que plantea el dilema entre la venganza y el perdón, entre la memoria y el olvido, han asumido la responsabilidad de contribuir desde el teatro, a la construcción de la paz.
Leía hace poco en el Twitter del Gobernador de Caldas, Guido Echeverri, el siguiente mensaje: “Acabo de salir de una reunión con el Director de la Unidad de Víctimas, Ramón Rodríguez. Decide no apoyar el Festival de@Teatro de Manizales, porque no encuentra relación entre la cultura y la violencia…”, afirmación que pone por lo menos en duda la tarea que una dependencia como esta pueda aportarle al país, máxime cuando proviene de un funcionario del Estado, luego de ufanarse del estreno de su nueva sede con sus más de cinco mil dependientes y de reducir su tarea a un asunto meramente de nutrición, que tiene a cargo una de las tareas más delicadas del proceso de paz, como es el reconocimiento y la reparación a la víctimas de la violencia que por cinco décadas desangró al país.
Lo más grave, a mi juicio, es que no se trata de un caso aislado. Muchas son las respuestas del gobierno nacional a través de varios de sus funcionarios, que tienen como común denominador el desconocimiento del conflicto, tales como el director del Centro Nacional de Memoria Histórica, el embajador en la OEA, y ahora el director de la Unidad de Víctimas. La lista parece continuar.
El tuit del gobernador fue seguido por muchos colombianos que compartieron su indignación, dentro de los cuales me llamó dolorosamente la atención: “Recordemos que la masacre de El Salado se hizo a ritmo (y grito herido) de porro, vallenato y gaitas de la región.”
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