Oír al procurador general de la nación denunciar la corrupción en varios departamentos, ciudades y pueblos de este país, donde dineros destinados a palear la crisis generada por la pandemia que sufrimos, han sido abiertamente robados por políticos, que siguiendo una arraigada tradición, han abusado de sus cargos para esquilmar a los más pobres. Ya lo venían haciendo con la nutrición de los niños en colegios y escuelas públicas.
Oír a pastores evangélicos, paradójicamente de una vertiente que se denomina a sí misma como “Ríos de vida”, cobrar los diezmos a su feligresía, incluso dan el número de cuentas bancarias para hacer virtualmente las consignaciones y así protegerlos del contagio. O a otras confesiones asegurar que con este dinero Jehová va “inmunizarlos” del coronavirus.
Ver como los especuladores abusar de los que más lo necesitan, elevando vulgarmente el valor de productos de primera necesidad, además de los insumos sanitarios requeridos para protegerse del inconmovible virus.
Oír de las noticias falsas propagadas por “enfermos mentales” que se divierten mintiéndole a la población o citándola frente a los palacios de gobierno porque dizque habrá una repartición sin precedentes de mercados y de mascarillas y de guantes...
Saber que la violencia intrafamiliar, “machos” golpeando a sus mujeres, o familiares violando niños, ha sufrido un incremento vertiginoso en este confinamiento “familiar”. Y que haya un estilo de maquillaje que imita los estragos en el rostro que pueden causar estos maltratos.
Conocer como el Senado de la república, con honrosas excepciones, “apoyado” en infames leguleyadas y, también siguiendo una arraigada tradición, se ausentó de su compromiso con el país que los eligió para que fueran sus voceros y representantes.
Después de oír, ver y conocer todo aquello fue inevitable asociar a políticos y pastores, especuladores, ladrones y matones que hacen sus agosto en esta crisis, con Los Miserables de Víctor Hugo.
En las crisis sale a relucir lo peor y también lo mejor de la gente. Mientras unos arriesgan su salud para atender a los enfermos, hacen donaciones en dinero, reparten almuerzos y mercados, aplauden cuando ven pasar por su vecindario a los trabajadores de la salud, hay también otros que para amainar la crisis cantan arias operáticas desde sus balcones, hacen coreografías o entonan aún en los lugares más remotos de la tierra, la oda a la alegría de Schiller inmortalizada por Beethoven en la Novena sinfonía; hay otros como el madrileño que al ser interrogado por la policía sobre su presencia en una de las calles de Torrevieja, municipio vecino a Madrid, respondió jactándose, que estaba tratando de infectar el mayor número de personas que pudiera.
Crimen de odio es el cargo por el que será juzgado. Pero, ¿en qué dista, pregunto yo, de aquellos listados en el contenido inicial de este artículo? ¿O los que están de “turismo por Colombia” en ambulancias alquiladas, impidiendo que otros, que realmente las necesitan no las puedan usar porque están ocupadas en servicios privados, o aquellos que están abucheando o enviando anónimos al personal médico para que abandonen sus vecindarios dizque porque temen que los puedan contagiar?
Dicen que las ratas son las primeras en escapar de los barcos, aquí también madrugaron para esquilmarnos a todos.
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