Visité al médico en días pasados, mientras me tomaba la presión decidió comentar sobre el contenido de algunos de los artículos que había leído en el “Periódico de casa”. Estaba de acuerdo sobre el retroceso que significa para la ciudad el arte urbano que nos están imponiendo, y tocó, una vez superado a satisfacción el parte médico, el tema de la movilidad, su diatriba se centró en la obstrucción que ocasionan la enorme cantidad de carros que se parquean frente a los colegios a esperar que salgan los alumnos de clase. Por ejemplo, en la Escuela de Enfermería, el colegio del Rosario, el LANS,.., no se podrá, se preguntaba, obligar a los carros, donde esto sea posible, a entrar en los distintos campus, o cambiar los horarios de salida, de todas maneras es urgente hacer algo pues la obstrucción de las arterias viales hace colapsar la ciudad precisamente en las horas que más requieren de fluidez. Esto aparentemente sencillo lo denominó “pequeñas grandes obras”.
Pero hay más, la indisciplina de los taxistas, los buses y los usuarios de ambos medios de transporte, que decidieron hace mucho tiempo parar o hacer parar donde les venga en gana, lo contrario es considerado por los unos y los otros, como un mal servicio, no importa que se ponga en riesgo la vida de los que se apean, incluidas mujeres embarazadas, mientras el automotor disminuye la velocidad, es decir, todavía en marcha, o en la mitad de la calzada, o en las bocacalles. Allí donde la señal de transito prohíbe expresamente recoger pasajeros, se reúnen como moscas buses y busetas a recoger pasajeros, de igual manera sucede en las franjas rojas pintadas en los andenes con el mismo objetivo.
Los semáforos se respetan menos, el amarillo dejó de ser una señal de alerta y se convirtió en un acicate de aceleración, que termina cuando la luz verde está en pleno y los carros siguen pasando, mientras los guardas de tránsito se pavonean de dos en dos o de a tres, sin percatarse de lo que sucede frente a sus narices, y así sucesivamente, cada vez reina más la anarquía, “animada” por el pito de los carros que cada día se hace más intolerante y ruidoso, mientras las autoridades aseguran que el problema está en la falta de vías, o que estas son muy estrechas especialmente en el centro urbano, esto tiene algo de verdad, sobre todo en el sentido transversal de la ciudad, pero la mitad de la malla vial está ocupada por zonas azules, duplicarla sería tan fácil como liberarla de estacionamientos y en su defecto incentivar la construcción de parqueaderos públicos, como urge también atender con denuedo la cultura ciudadana.
El problema, a mi juicio, no es únicamente de vías ni de intersecciones viales, es del uso racional y civilizado del patrimonio que tenemos, y si de movilidad se trata empezaría por una “agresiva” recuperación de andenes y de un plan de puentes peatonales que vuelvan a coser la ciudad, allí donde por consecuencia de obras medianamente planeadas se han producido fisuras al funcionamiento normal de la ciudad.
Volviendo al galeno, me estimula encontrar que los artículos relacionados con temas de arquitectura y urbanismo tengan tanta acogida, lo entiendo como un asunto de apropiación, de pertenencia, pero también de preocupación por la serie de arbitrariedades que soportamos con frecuencia, como la subestima de las obras emprendidas por gobiernos anteriores, y de la resistencia a seguir un guión establecido de antemano en los Planes de Ordenamiento Territorial y sobretodo en la visión de largo plazo que hemos venido construyendo con el tiempo.
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