El 36 Congreso Nacional de Arquitectura y Urbanismo celebrado en días pasados en la ciudad de Barranquilla, 13 y 14 de septiembre, nos permitió conocer a través de distintos proyectos, en especial los de recuperación y construcción de espacio público, la visión que algunas de las ciudades más emblemáticas del mundo tienen acerca de su desarrollo urbano.
Había muestras de recuperaciones exitosas en Copenhague, Barcelona, Shanghái o Manhattan, también en ciudad de Panamá, Mompox, Cali y Barranquilla y, por supuesto, cuando uno está absorto en una gran sala del Centro de Convenciones de Barranquilla, piensa inmediatamente en el futuro urbano de Manizales y, llega tristemente a la conclusión de que vamos como el cangrejo, de “pa tras”.
Una ciudad que tiene orientado su desarrollo urbano con base fundamentalmente en la construcción de conjuntos cerrados, es una ciudad que va inexorablemente en camino de su propia destrucción, puesto que la violencia habrá de instalarse en esos extensos y anónimos corredores que conducen de un lado a otro. El tiempo se irá haciendo cada vez más escaso, porque habrá de emplearse en largos y anodinos desplazamientos, el consumo de energía se multiplica de manera dramática en contravía de las predicciones de expertos que nos demuestran lo cerca que estamos de agotar nuestras reservas planetarias y, lo más grave aún, es que la construcción de una vida urbana civilizada se irá diluyendo en un mundo de fronteras invisibles, sin Dios ni ley.
Jordi Hereu, exalcalde de Barcelona, basó su intervención en la violencia que se genera en ciudades que, como muchas de las norteamericanas, se extienden indefinidamente, conformadas por un sinnúmero de islas independientes que no se reconocen entre sí, “gated communities”, autistas, espejismos de civilización, que no obstante y a pesar de encarnar el “sueño Americano” presentan los índices más altos de criminalidad comparados con otras regiones del mundo. Para sustentar su “diatriba” se basó en las estadísticas de Chicago o Atlanta, ciudades con un número de habitantes muy inferior al de muchas de Europa incluida en sus ejemplos por supuesto, Barcelona, urbes compactas de reconocidas y envidiables condiciones urbanas cuya violencia dista ostensiblemente de las arriba mencionadas.
La seguridad debe examinarse desde una perspectiva más compleja e integral. No solo es el atraco callejero el centro de la preocupación, es también el despilfarro del tiempo, la contaminación ambiental, la exclusión social con su secuela de injusticias. Leía en estos días un informe del Banco Interamericano de Desarrollo, BID, que después de una concienzuda investigación señala lo nocivo de estas formas de “desarrollo”, fenómeno en especial en los países de América Latina, que como en el nuestro, están proliferando de manera exponencial. No son pues los comunistas ni urbanistas despistados los que están alertando, es el BID, uno de los pilares del mundo capitalista el que está alarmado con esta manera de destruir el medio ambiente y las precarias estructuras sociales.
En una reunión de constructores en Manizales, se esgrimía este argumento: “… si las soluciones de vivienda no se dan en conjuntos cerrados se paralizarían las ventas, con el impacto negativo para la economía que esto supone”. Una deformación que está socavando la cultura urbana, en suma, a toda la sociedad, al aumentar la segregación social. Los conjuntos cerrados eran en principio “privilegio” del segmento con mayores capacidades económicas pero cada vez se extienden más y más a “los grupos de menores ingresos que añoran las rejas -las cuales, más allá de una cuestión de seguridad, se han convertido en un símbolo de estatus social”. BID.
Para revertir los estragos de la “anti ciudad”, la estrategia es concentrar los esfuerzos en cohesionar la ciudad mediante la construcción de espacio público, mucho espacio público, entendido como el escenario democrático por antonomasia. La ciudad es la gente y debe entenderse como un proyecto colectivo, ese fue el Leitmotiv de este congreso. Ciudad de Panamá exhibió la recuperación de su centro fundacional, un lugar que había llegado a un deterioro tal que parecía “imposible” de salvar, el costo del metro cuadrado de construcción que al inicio de la actuación de salvamento tenía un valor económico de “tugurio”, hoy por hoy alcanza la cifra récord de 5.000 U$/m2, no es que haya caído en una argumentación meramente economicista, sino que un indicador de esta naturaleza puede ilustrar el potencial que encierran estas vetustas edificaciones que siguen siendo el origen de nuestras ciudades del hoy y del mañana.
Las ciudades de Colombia que han entendido la urgencia de volcar la ciudadanía a las calles y plazas son las que presentan los índices más altos de desarrollo. 5 Km de longitud tiene el malecón en las riveras del Magdalena actualmente en construcción en Barranquilla, una obra diseñada, ejecutada y arborizada con igual calidad a la que podría estar desarrollándose en Suiza o Dinamarca. Lo mismo ha venido haciéndose en Cali, Montería, Medellín o Mompox, existe cada vez más conciencia de que es allí donde está la solución al deterioro social que viene persiguiéndonos a pasos agigantados con los estragos que causa la violencia, la falta de solidaridad y el desencuentro ciudadano.
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