Son muy abundantes las expresiones populares que buscan definir, con algo de humor y mucho de frustración, aquellas situaciones donde literalmente lo dejan a uno “con los crespos hechos”. La aguda afirmación que titula este artículo, puede en muchos de los casos estar describiendo o anticipando la vecindad de una tragedia.
Decía sin poder disimular su angustia, la directora de la Fundación Batuta, que de no recibir los dineros resultado de un contrato suscrito con el Instituto de Cultura y Turismo en la pasada administración, legalizado con todo y las estampillas del caso, no podría pagar la nómina de la última quincena; de igual manera alzaron la voz en reunión con el alcalde Carlos Mario Marín, quien concientizado de tamaño problema se comprometió a buscar como deshacer el entuerto, los directores del Festival de Teatro, la cara cultural de Manizales en los escenarios del mundo, la Orquesta Sinfónica, el Museo de Arte de Caldas que alberga la colección de artes plásticas más importantes de la región, Manizales Grita Rock, a la cual se le adeuda todo el dinero del evento pasado y, así sucesivamente. Todos a uno manifestaron la dramática situación que están sufriendo las entidades de cultura en una ciudad que se precia de ser epicentro de la Educación, la Ciencia y la Cultura, Ciudad del Aprendizaje o Campus Universitario. Es la pervivencia de estas instituciones, a la par que la cualificación ciudadana las que están en juego.
La corrupción viene apoltronándose de todas las estructuras de la nación al punto de convertirse en una “contracultura” de inconmensurable poder. Ser avispado, amante del atajo, falsificar documentos para hacerse a cargos de altísima responsabilidad institucional y conseguir dinero a como dé lugar, se ha convertido en un “valor”. La cultura, por el contrario, tiene como misión construir la conciencia del país y el arte como elemento transformador tiene el poder de rescatar de la incertidumbre, el escepticismo y el abandono a la población abriéndole la dimensión necesaria para posibilitarle el futuro.
“Me violaron a los seis años. Me internaron en un psiquiátrico. Fui drogadicto y alcohólico. Me intenté suicidar cinco veces. Perdí la custodia de mi hijo. Pero no voy a hablar de eso. Voy a hablar de música. Porque Bach me salvó la vida. Y yo amo la vida”.
Con estas palabras escritas en la solapa de su autobiografía, el pianista británico James Rhodes nos llevó a conocer la tragedia que debió atravesar antes que la música lo rescatara para la vida en sociedad y para que la sociedad recibiera de sus manos la interpretación virtuosa de los compositores clásicos más prominentes de la historia y con ella todo el poder de transformación que tienen la música, el arte y la cultura.
La fundación “Rancho Aparte” en Quibdó, bajo el cobijo del eslogan: “Quien empuña un instrumento musical difícilmente empuñará un arma”, logró que en su primer “Festival Detonante” y tras una tarde de música y danza, se empezara el proceso de romper muchas de las “fronteras invisibles” trazadas por pandillas urbanas con el único objeto de ejercer su poder, bajo “normas” igualmente atroces de intolerancia e intimidación. “Tenemos muchos testimonios de jóvenes que, gracias a involucrarse en la cultura, han transformado su vida y su entorno”, atestigua orgullosa su directora.
La cultura modela la identidad de una nación y es la vía para llegar a lo profundo de la naturaleza humana para engrandecerla, porque está originada en la libertad, cosa bien distinta de un fatuo espectáculo para el “divertimento” de la burguesía como pareciera deducirse por ejemplo de los noticieros de televisión que finalizan su emisión con un segmento titulado “Cultura y entretenimiento”, donde en un mismo espacio y con la misma entonación se equiparan el nuevo esposo de Sofía Vergara o los cosméticos de Natalia París con el Festival Iberoamericano de Teatro, los esplendidos conciertos de la Fundación Julio Mario Santodomingo, o la celebración de los doscientos cincuenta años del nacimiento de Beethoven. A esto se le pueden sumar los lánguidos presupuestos destinados al Ministerio o Secretarías de cultura del país, susceptibles de ser manipulados o diezmados con cualquier pretexto en detrimento grave del sentido para el que fueron creados.
Dejar al garete los compromisos adquiridos por un Instituto de Cultura, cuatro mil millones de pesos andan perdidos, bien sea por desidia o corrupción es un crimen contra el bienestar de la ciudadanía, un freno al progreso, una negación de la felicidad, un motivo más para el escepticismo y la falta de credibilidad en las instituciones y sus gobernantes.
La Cándida Eréndira solo tuvo en su vida un solo día de felicidad, cuando al pasar una tarde por el convento de las Clarisas oyó la música de un concierto de clavicordio.
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