¿Será que las sociedades y los sujetos hechos a la imagen y semejanza del neoliberalismo, del capitalismo consumista y destructor, en esta cuarentena sí imploramos el contacto social, a los otros y a la vida colectiva?
Y si realmente lo que nos hace tanta falta es la adicción al dinero, el consumo en los centros comerciales, el despilfarro individualista de recursos, la explotación desmedida de la naturaleza, el avance macabro de la máquina minera del progreso que solo beneficia a unos pocos, mediante del despojo inmisericorde de las tierras de los pueblos originarios y campesinos?
¿No será que lo que extrañamos con tanta fuerza, es esa sensación de que con dinero todo se compra, y todo se puede; lo que añoramos colectiva e inconscientemente es nuestro posicionamiento como dueños de la vida, como especie dominante que ha pasado siglos reinventando las formas de división, de esclavitud, de humillación y de exterminio?
Tal vez en la mayoría de los casos no soportamos estar en nuestras viviendas, porque esto implica pasar mucho tiempo con nosotros mismos; sin mucho espacio para huir de aquello que no podemos controlar. Puede ser que realmente extrañamos no es la vida social como disfrute del encuentro con otros para la creación de posibilidades; a lo mejor, no es compartir, ni tampoco tener un trabajo, o caminar por una calle cualquiera lo que nos hace falta. A lo mejor, en esta cuarentena y sus múltiples desafíos lo que más extrañamos colectivamente, claro, en unas sociedades más que en otras, es la idea de que somos el centro de todo, amos y señores, los mejores, dotados de la razón que todo lo soluciona, provistos de la ciencia y la tecnología que nos hacen invencibles.
¿Y si la extrema incomodidad, esa queja permanente que nos ha generado estos días de “aislamiento social”, son prueba de que como hijos de este sistema solo pensamos en nosotros como individuos; que no soportamos el hecho de ser frágiles y que un organismo invisible a nuestra vista, puede doblegarnos?
Qué tal si este virus nos ha puesto en evidencia, y nos confronta mostrándonos que hoy solo estamos preparados para interactuar por redes, para adecuarnos a realidades positivas en las que todo parece perfecto, en las que los me gusta y los me siento feliz, son nuestra forma de eliminar todo aquello que es diferente o que puede sacarnos de nuestras zonas de agrado y confort.
¿Qué es lo que te tanto nos molesta como colectividades, de este “encerramiento”? ¿Que no estamos afuera acabando con todo? ¿Que nos han impuesto límites a ese permiso y sensación de libertad desmedida que nos venden todos los días? ¿O, que este virus nos hace notar que la extrema y creciente desigualdad que ignoramos cada día y de la que todos somos responsables como sociedades?
Será que lo que nos pica tanto es que, en estos momentos, la pandemia nos impide seguir ocultando y negando socialmente, la violencia contra las mujeres y el maltrato a niños y niñas en las familias que se ha evidenciado con más fuerza en este tiempo de estar juntos? ¿Ahora a quién le echamos la culpa?
¿O, lo que nos incomoda tanto de estar juntos es que empezamos a notar a los empobrecidos, a los que no tienen nada, a los que están sin casa, a los que no tienen empleo, a los no tienen educación, a los que no pueden acceder a un sistema eficiente de salud?
¿Por qué si ellos siempre han estado ahí, muy cerca de todos, solo ahora los notamos? ¿Por qué, si ellos han pasado hambre, si no tienen sus necesidades satisfechas, si no logran vivir dignamente y pasamos sobre ellos cada día, como si nada, ahora si nos preocupan?
¿Qué es lo que pasa que ahora sí hay forma de gestionar subsidios, mercados; de ampliar la capacidad instalada del sistema de salud para atenderlos, de implementar políticas de “cuidado”, porque ahora sí tenemos que hacer que la comida sea para dos, y antes no?
¿No será a caso que todo esto hoy es posible, simplemente porque están en juego nuestros privilegios y tenemos miedo de perderlos?
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