La crisis que vive el mundo por efecto de la actual pandemia ha golpeado todos los segmentos de la economía, situando a los colosos en situaciones difíciles, para no llamarlas críticas. Sin embargo, el sector encargado de velar por la seguridad alimentaria, el agropecuario, respondió por encima de las circunstancias, suministrando oportunamente alimentos para los 7.800 millones de habitantes del planeta Tierra.
Justo y merecido reconocimiento para los labriegos, campesinos y jornaleros, quienes de manera anónima contribuyen a proveer de alimentos a la comunidad rural y urbana, garantizando el abastecimiento a los mercados domésticos, de gran variedad de especies pecuarias, agrícolas y manteniendo la dinámica exportadora de aquellos productos que tienen posicionamiento en los mercados externos.
Colombia tiene clasificadas como aptas para agricultura, 11,3 millones de hectáreas de las cuales solo se explota el 40,8 %. Es decir, 6 ,1 millones de hectáreas de acuerdo a la encuesta del DANE del 2019. Se requieren políticas de Estado para fomentar la siembra, promover la tecnología a través de una asistencia técnica dirigida, el suministro de insumos a precios justos y accesibles al bolsillo del agricultor, fortalecer políticas de mercadeo, sustentación de precios y el establecimiento de relaciones comerciales con países que valoren nuestros productos. Esto explica cómo Colombia, de importar 8 millones de toneladas de alimentos en el 2009, pasó a 14 millones de toneladas en el 2019, gran parte de los cuales pudieron ser cultivados en nuestro territorio.
Pero volvamos a los artífices de esta importante gestión; a los labriegos de la tierra, productores de alimentos, especies domésticas y ornamentales, protectores del agua, del paisaje, a los vigías de la tierra y del medio ambiente. La sociedad está en mora de reconocer lo que hacen por la humanidad los hombres del campo, y la mejor remuneración es la de proyectar los beneficios de los cuales goza el área urbana. La dirigencia de nuestro país debería valorar esta población productora, pues en el anonimato y mimetizada en la montaña, trabaja incansablemente para que no falte nunca el alimento diario en la mesa del citadino.
Y no solo son servicios públicos, salud, educación, crédito, transporte, vías terciarias, puentes y sistemas de riego, lo que deben recibir nuestros campesinos. Hay algo anhelado por generaciones, algo que ha lacerado su alma a través de la historia; ha dejado cruces en los camposantos, huérfanos, viudas, desaparecidos y desplazados, la anhelada paz y la No violencia.
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