Cuando inicié este escrito, reflexioné sobre el bello fenómeno que hizo posible su elaboración. Una mujer, mi progenitora me dio la vida y me brindó la posibilidad de existir; gracias a una mujer, los humanos logramos perpetuar nuestra especie; la maternidad permite que estos seres tan especiales, acunen en sus entrañas sus hijos y después con esmerados cuidados y atenciones, velen por su bienestar en los primeros años de existencia. Reza un refrán popular “Madre solo hay una, Padre puede ser cualquiera”, empoderando más la condición o el estatus que la naturaleza les ha dado. Además en la mayoría de las culturas del mundo, la mujer es respetada y protegida.
Con el tiempo, han ganado espacios en sociedades donde no alcanzaban el reconocimiento que hoy el mundo actual les ha dado. En un acto de amor y admiración, la mujer desde niña es protegida por la sociedad y la familia, recibiendo desde los primeros años trato, manejo preferencial y privilegios que los hombres conocemos y debemos acatar. Pero todo este preámbulo pareciera no tener aplicación o vigencia; los hombres se han convertido en agresivos depredadores de la mujer, sin importar su edad y su condición, atacan como animales lacerando las bases de la dignidad humana, segando vidas, dejando cicatrices en los cuerpos y en las almas de aquellas infortunadas víctimas de bárbaros enfermos, quienes cobijados por una relación sentimental, mancillan y pisotean a sus parejas o aquellas bestias bajo los efectos del licor, las drogas o una actitud patológica, violan y vulneran su condición de mujer.
Las cifras son repudiables. Cada día son asesinadas 137 mujeres en el mundo por su pareja; en el año 2017 fueron muertas 87.000 con violencia, 30.000 por su pareja, 20.000 por un familiar o persona cercana a su entorno y los 27.000 casos restantes por autores sin ninguna relación con la víctima. Estas estadísticas llaman a la reflexión. Están asesinando a las mujeres por el solo hecho de ser mujer; es un acto de discriminación y violencia de género, acompañado de acciones deshumanizantes de extrema violencia con torturas, empalamientos, mutilaciones, quemaduras, humillaciones, chantajes y toda clase de vejámenes.
Lo más preocupante de este fenómeno es la marcada relación con el hogar, la pareja y la familia, factores que debemos analizar para concluir cuáles motivos están afectando la convivencia del núcleo más importante de la sociedad. Los licores y las drogas son un detonante en estos casos, evidenciamos cómo el día de la Madre, una fecha clásica para celebrar la existencia de un ser tan especial, se convierte en muchos hogares en un acontecimiento de riñas, insultos, ofensas y atropellos para la homenajeada. Esta pandemia tiene un crecimiento exponencial, registrándose con mayor severidad en África y América Latina.
Es urgente diseñar políticas integrales para contrarrestar el feminicidio. Colombia no se escapa; tres mujeres en promedio por día son asesinadas por su pareja, sin contar las violaciones y el abuso. La sociedad frente a las noticias se consterna, pero no más. Se requiere una política de Estado, acompañada de un compromiso y actitud por parte de la comunidad, para evitar que estos lamentables hechos se sigan presentando. La actitud parafílica de algunos hombres coloca en grave riesgo la integridad de nuestras mujeres.
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