Son frecuentes las informaciones sobre los indicadores de desempleo y el comportamiento de las franjas poblacionales por edad, sexo, formación académica, perfil laboral y ubicación.
Tenemos en Colombia 2,6 millones de personas sin trabajo; de éstas, 1,2 millones son jóvenes entre los 18 y 25 años y sobre esta última cifra enfocaremos los comentarios de esta columna. Con preocupación general, se analiza el desempleo en los jóvenes capacitados de este país y aparece el tema de la competencia en lo que se estudia, frente a lo que se necesita o requiere en el mercado laboral. Muchas veces la demanda laboral, exige unos requerimientos específicos que nuestras universidades o centros de formación y aprendizaje no brindan. Si revisamos el menú curricular de algunas disciplinas, encontramos obsolescencia en muchos campos, con profesores anquilosados en teorías no competitivas a las exigencias de los mercados del mundo, pasando por alto el contexto de la globalización hoy tan necesario en el conocimiento. Recordemos como un técnico de una empresa en Manizales puede interactuar a diario con sus compañeros en las filiales del Brasil, Estados Unidos o India. O como un grupo de profesores y alumnos intercambian información y conjuntamente investigan con pares de otras latitudes del mundo. Tenemos egresados con fortalezas no requeridas en el campo laboral del entorno; no es lo mismo la capacitación en café de la Universidad de Caldas, a la que puedan brindar las universidades de Tunja o Cartagena. De igual manera, la Biología Marina debe tener una mejor proyección en la Universidad del Magdalena que en la Universidad del Quindío, por ejemplo. Pero a esta situación se añade la falla en la orientación profesional de nuestros bachilleres, cuando les corresponde escoger carrera universitaria. Vemos como desconocen no solo lo que van a estudiar, sino la labor que van a practicar el resto de sus vidas. Encontramos jóvenes a quienes no les gusta el ambiente rural, escogiendo carreras de Ciencias Agropecuarias, Biológicas o Geología. Otros inclinados por las Ciencias de la Salud, cuando no tienen empatía hacia la atención de pacientes y al entorno que reúnen las clínicas, asilos y hospitales. En relación a la competencia, es muy común escuchar al padre ganadero o agricultor, propietario de grandes predios rurales, lamentarse por la decisión de su único hijo, de estudiar Literatura Francesa del Siglo XVII, Diseño de Interiores o Filosofía y Letras. Respetable la determinación, pero allí no se configura la competencia entre lo que se estudia y lo que se requiere en el campo laboral. Ejemplos de la vida real hay muchos; empresas de transporte, fábricas, almacenes de cadena, no cuentan entre su cuerpo directivo a los vástagos de los propietarios del negocio. Por factores económicos, disponibilidad de licenciaturas, por conveniencias familiares, los jóvenes están preparándose en conocimientos que nada tienen que ver con las posibilidades que les ofrece el mercado laboral.
La preparación en competencias es un tema a revisar en el sistema educativo nacional; se requiere un país de jóvenes, con un saber compatible con las necesidades y exigencias de las fuentes de trabajo, para lograr eficiencia y evitar frustraciones.
Noticias como el cierre de Coltabaco que deja 2.500 trabajadores cesantes y 12.000 familias cultivadoras de tabaco sin posibilidades; Protabaco 100, Icollantas 460, Bayer 100, Mazda 500, Adams 480, estos últimos, empleados directos suspendidos después de muchos años de trabajo. Ensombrece el panorama, pues en la medida en la cual crece el desempleo, aumenta el cierre de fuentes de trabajo y adicionalmente el Gobierno con sus medidas, desestimula la creación de empleo y la apertura de empresas que aseguren nichos de trabajo estable y con buena remuneración.
Todo este fenómeno incrementa la informalidad, colocando a Colombia en los primeros lugares del mundo, gracias al desplazamiento de las áreas rurales por el conflicto armado y las políticas de legislación laboral.
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