Tengo por la que antes llamábamos Madre Patria (término en desuso que deberíamos mantener para designar el lugar donde nacimos y evitar el que ahora, por feminismo, Matria, quieren emplear para, se dice, procurar la igualdad). Pamplona tiene para mi familia distintas nostalgias: La Universidad de Navarra en donde mi esposa, nuestros tres hijos y yo estudiamos; un alto número de colombianos con los que compartimos y formamos un importante grupo que tuvo por sede nuestra casa en donde funcionó el Consulado Honorario para Navarra, Huesca, Zaragoza y Teruel con el que me honró el gobierno colombiano y, puesto que la visita se hizo en junio y julio el recuerdo de los San Fermín, que se redujo a una caminata por la estafeta, calle por la que corren los toros precedidos de mozos vestidos de blanco, faja roja en la cintura y un periódico enrollado en la mano, más extranjeros borrachos que generalmente ponen los heridos por las astas de los toros, hasta llegar a la Plaza, de ello solo el recuerdo.
Las visitas a la Universidad y a los lugares aledaños a Pamplona y Bilbao, a la playa en Cantabria o a Lourdes cruzando la frontera con Francia, quedaron para otra ocasión y se limitaron a la visita a unos pocos amigos, odontólogos colombianos, españoles adoptantes de niños colombianos y algún vino o caña para acompañar un pincho de tortilla en el Bar Nicheroy, ahora propiedad de un manizaleño amigo.
Los pocos días de permanencia me reintegraron a una cultura que en Colombia echo de menos. En primer lugar, los pasos de cebra que en Pamplona son de un respeto por el caminante ejemplar, no se requiere que el transeúnte haya iniciado o pisado el paso de cebra, basta que esté en la acera al frente de él para que el conductor frene y le dé el paso, porque de lo que se trata es de defender la integridad del peatón. Así mismo la conducta frente a los excrementos de las mascotas. Todos y todas, niños y niñas, quien quiera que saque su perro a pasear lleva las bolsas suficientes para cuando el animal expulse recoger y botar la mierda, que de eso se trata, en los depósitos de basura que se encuentran cada dos o tres cuadras. En Colombia por el contrario deducen que los campos verdes están dispuestos no solo para que las personas y las mascotas corran y respiren sino para que los perros defequen y hacen caso omiso de los carteles por los que les piden que “lo que el animal hace por necesidad el dueño lo recoge por educación”.
En mis remotos estudios de primaria y secundaria teníamos clase de urbanidad y, entre una y otra enseñanza el profesor insistía en que no tiráramos cualquier clase de basura en la calle o en los parques, también, que debíamos dar la acera a las señoras y a los ancianos. Pues yo, con 80 años debo darles la acera a las mascotas toda vez que los dueños las ponen por delante con una distancia de unos dos metros y puesto que no cabemos debo dar paso al animal. Tal vez así se cumple lo que con guasa decía Don Simón Díaz, profesor titular de botánica en el Instituto Universitario acerca de la norma: “Es un error, pasa un carro y mata un joven con un inmenso futuro, mientras el viejo ya cumplió”.
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