Con el aparente cambio de candidato a presidente electo, mejor esperar la posesión para definir con seguridad que tan a la izquierda podemos ubicar al gobernante. Por lo pronto no me fio que el anuncio de la designación de algunos ministros sea una demostración de moderación o cambio de programa. Lo evidente y palmar es el afán de congresistas y por desgracia partidos que olvidados de todo decoro se enganchan, se entregan al vencedor, sin pactos que garanticen acercamientos doctrinarios o proyectos u objetivos que justifiquen la entrega. Digo larga espera porque no puede tampoco adoptarse una actitud de rechazo a hechos que no se han producido, como se acostumbra decir “amanecerá y veremos”.
Lo cierto es que el presidente es de izquierda y por sus antecedentes de extrema izquierda, si resulta moderado mejor, pero no vamos a imponerle los perdedores su forma de gobernar, solo el mantenimiento de la democracia y la libertad de expresión. El Congreso debería ser el escenario, pero ya se ha visto que, en Colombia, el presidente siempre logra conformar mayorías y el actual ya las tiene sin que empiece su Gobierno. Ello, no obstante, es el momento para que los
conservadores, esto es, los que tenemos ideas conservadoras, no los que se afilian a un partido para medrar, unamos fuerzas para evitar los extremismos o poner el hombro para mantener el espíritu democrático.
Con el ministro Leyva podemos esperar un programa que permita llegar a la Paz con el M19 y demás grupos armados, incluso los disidentes de las Farc o la Nueva Marquetalia con concesiones que, no podrán ser inferiores a las pactadas con las Farc, esto es, curules, sin pena privativa de la libertad, una condena pecuniaria ridícula e incumplida, sin real y completa entrega de las armas y de las regiones ocupadas; como sanción les bastará confesar sus crímenes, ridícula entrega de bienes y poner cara de arrepentimiento (la que pusieron los desmovilizados de Santos es digna de otro Nobel, esta vez de actuación), puede ser posible, incluso, que a Petro le den así mismo otro premio Nobel de la Paz. En Colombia la definición de paz no corresponde a lo que podría esperarse (Situación o estado en que no hay luchas entre dos o más partes enfrentadas), basta que se pacte con un grupo o parte de un grupo y proclamamos su logro mientras seguimos en guerra con otros cuantos más.
Señala la columnista del diario “El Tiempo” Florence Thomas que “Los católicos no pueden seguir imponiendo sus argumentos a todos los colombianos y colombianas”. Pretenderá, supongo, que no podemos opinar. De paso, se viene lanza en ristre contra el presidente Duque por su “desautorización” al fallo C-1055 de la Corte Constitucional, que despenalizó el aborto hasta la semana 24 de gestación. Para desautorización la que se atreven hacer 5 Magistrados de la Corte Constitucional a las instituciones médicas que señalan que desde la semana 16 (algunas 12) el feto tiene vida propia. Millones, entre ellos, reputados científicos, sostenemos que el embrión tiene vida propia desde la gestación. Aquí en Colombia, querida señora no hay ley que autorice el aborto y tanto el presidente como cualquier colombiano, no se requiere que sea católico, podemos no estar de acuerdo con una sentencia de la Corte o, desde luego, contradecirla.
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En algún escrito recordaba la anécdota que gustaba mencionar el abogado penalista Ariel Ortiz Correa: “primero se mueren los abuelos y los amigos de los abuelos, luego los padres y sus amigos y después empiezan a caer nuestros amigos. Es un aviso, significa, que estamos en el campo de tiro”. Ariel murió y muchísimos compañeros, que incluyen magistrados, jueces, profesores, alumnos, en fin, amigos. Debo sumar ahora la pérdida de un entrañable amigo más, el abogado Oscar González Salazar, a quien no pude acompañar en sus exequias porque estaba ausente.
Echaré de menos las charlas de café y las reuniones en su oficina para discutir nuevas normas o sentencias, que él mismo proponía, porque no le bastaba actualizarse sino discutir y enseñar. Cada vez somos menos y aun cuando se agreguen nuevas amistades habrá que recordar siempre la canción de Alberto Cortez: “cuándo un amigo se va queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo…”
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