La vida, y con ella la historia, nos entregan ejemplos de personajes que después de golpeados y supuestamente enterrados, renacen y acaso con más fuerza se imponen o se llenan de gloria. La política está llena de dirigentes que resurgen después de la derrota, pero también el deporte.
Cierto también que cuesta más el reconocimiento en la política y dura menos mientras el dirigente vive, después la historia hace justicia. Bolívar derrotado regresa y se llena de gloria, en serie logra la independencia de cinco países, luego muere olvidado y alejado del fulgor del triunfo. Se podría pensar que los expresidentes López, Uribe o Santos lo fueron, pero ellos no se levantaron de una derrota, sino que se impulsaron en su mandato para ser reelegidos. Laureano asilado regresa triunfante y se inmortaliza cuando proclama a Alberto Lleras, con quien selló el acuerdo entre los partidos tradicionales en Benidorm y Sitges que, a propósito no quedan en Portugal, sino en la costa alicantina como lo recordaba el propio Lleras en su discurso de posesión.
En el deporte colectivo es posible encontrar esas mismas señales. Argentina luego del mundial en su propia tierra en 1978 y del fracaso en España renace con Maradona en México. Lo mismo ocurre con Uruguay en 1930 y 1950 o Francia entre 1998 y 2018. No digo de Alemania, Brasil e Italia, que se turnan los triunfos, aun cuando Brasil ya va por 20 años sin obtener la copa. Buscaba la terminación de este artículo cuando, en las semifinales de la Champions se dieron dos victorias que son un resumen de lo dicho: El Liverpool recibió una sonora derrota en Barcelona. Cuando al parecer todo estaba decidido con un marcador adverso, emparejaron el marcador, resurgieron y alcanzaron el triunfo con un gol que refleja la actitud positiva puesta por el vencedor y el desgano inicial de un equipo que se sentía ganador y el estupor ante la derrota de un grupo enseñado a triunfar. Ante los dioses caídos, la emocionante escena de toda la tribuna cantando sus himnos e hipando a los nuevos dioses alineados al frente en la grama. Como si fuera poco otro equipo al que la mayoría daba como invitado a la gran final, el Ajax, vio como el triunfo se le escapaba con un agónico gol fruto del empuje y coraje puestos por los jugadores del Tottenham que se presentan ahora como sorpresivos invitados a la final de Champions 2019.
Pero es el éxito individual el que mejor realza el renacer de un deportista. A Michael Jordan no le fue fácil triunfar en el baloncesto universitario, primero fue aguatero y luego ídolo. No era el más alto, ni el más fuerte, pero con su empeño en mejorar el salto hasta volverlo un arte, llegó a las ligas mayores y con la excelencia, la cadena de triunfos, tres playoffs seguidos con los Chicago Bulls (1991, 92 y 93). Intempestivamente abandonó el baloncesto para jugar golf como recreación y luego fichó para un equipo de béisbol. A los dos años de vacancia regresó a los Chicago Bulls y encadenó tres anillos sucesivos en 1996, 97 y 98. En 1996 Michael Jordan resucitó.
Tiger Woods debutó en el golf profesional en 1996 y pronto demostró que sería el mejor, ganaba torneo tras torneo y, se presumía, sería capaz de romper todos los récords. Así fue su carrera hasta 2009 cuando, de imprevisto, se rompió, le cayó repentinamente la noche (la inmunda diríamos aquí), después de pelear a golpes con su mujer por su infidelidad (múltiple según se comprobó después). Luego de su divorcio, se supo que era adicto al sexo. Todos le abandonaron, amigos, prensa, patrocinadores, hasta su juego huyó. Se internó en una clínica, quería regresar pero el triunfo se le negaba. Después de diez años de exigencias deportivas y extradeportivas también falló su físico y debió someterse al quirófano una y otra vez para un regreso en el que nadie creía. De repente, en Atlanta, ocurrió el milagro, faltando tres hoyos se hizo evidente que ganaría y los creyentes de nuevo le seguían como empujándole hacia la gloria. El espectáculo del último hoyo frente a la multitud que al final lo acompañó será inolvidable. La gloria que seguro no parará, quedó refrendada cuando en Augusta ganó su quinto Máster, once años después.
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