Pensamos poco en ella cuando es la esencia de todo, siempre tenemos algo en qué ocuparnos sin reparar en que todo está sujeto al principio de existir, solo lo asumimos cuando los hechos se refieren a la salud y la confrontamos con la muerte. Mi amigo Ariel Ortiz Correa, muerto hace ya casi tres años, me decía: “Primero se mueren los abuelos y sus amigos, luego los de los padres y también estos y después empiezan a morir nuestro amigos y lo que ocurre es que ya estamos en el campo de tiro”. Cuando Ariel murió, ya se habían ido Hernán González Salazar y Álvaro Gómez Márquez y un poco después Efraín Zuluaga Quintero, Jaime Díaz Jaramillo, José Fernando Calle Trujillo y muchos más, parientes incluidos, antes y después; frente a cada ausencia, la esperanza latente de seguir viviendo. Frente a la certeza de la muerte “eso que se da cuando ya no estamos” que decía Epicuro, otra realidad, vivir lo que resta disfrutando lo que aún nos queda, los amigos de siempre y la familia que el tiempo ha ampliado. No obstante que, como decía Quevedo, “Soy un fue y un será y un es cansado”, habrá que sacar fuerzas para echar el resto mientras “mueren los otros” (Freud) y puesto que vivo disfruto de lo que soy y de quienes me acompañan.
Son muchas las razones que tenemos para disfrutar, el sol y la luna, el calor y el frío, los recuerdos y también la esperanza, el llanto y la risa. Desde luego que habrá tristeza por lo pasado y los antepasados, que se amalgaman con el presente y el progreso de la familia que ayudamos a crecer, que nos permiten gozar del presente con quienes vienen detrás, podemos pues agradecer por cada día; la muerte siempre será futura, ocurrirá cuando ya no estemos.
Hay sin embargo quienes se rinden ante la fatalidad de la muerte, esa es la eutanasia; bajo la falsa presentación de una muerte digna lo que hacen es anticipar la muerte. Si lo que se quiere es aliviar el sufrimiento para eso valen los cuidados paliativos. Holanda estudia un proyecto de ley para hacer realidad la idea de Hueb Drion, un juez del Tribunal Supremo Holandés, de poner a disposición de los ancianos mayores de 70 años, sin prescripción médica, una pastilla venenosa para suicidarse, dirigida a un grupo de habitantes de ese país que señalan esa tendencia. En Holanda tienen desde 2002 una ley que permite la eutanasia, y al año se dan 1.880 casos, entenderán que con la pastilla se les agiliza el proceso, pero solo obtienen la banalización de la vida y de la muerte, cuando bien podían propender por proyectos o prácticas que les devuelvan el gusto por la vida, curiosamente el gestor de la idea murió de muerte natural (valga la redundancia) a los 85 años.
Por fuera de la política equivocada de banalizar la vida, está la edad escogida para ponerle fin, que entre otras cosas me incluye. Que ahora se diga que a quienes tenemos setenta o más años hay que facilitarles la muerte (en España dicen que el que no tiene ochenta es porque tiene noventa); debería igualmente tenerse en cuenta que, con la píldora venenosa que se entrega sin fórmula, se facilita la muerte de todos los desechables o indeseables mayores que estorban o no comparten el patrimonio ¡que tiemblen los avaros! Hace recordar que el nazismo consideró que los viejos son un obstáculo para la prosperidad y su eliminación era un alivio para los más indefensos.
La pérdida del apego a la vida es inexplicable, son más las razones que alimentan el deseo de vivir, la familia, la lectura, el deporte, la comunidad, la vecindad, el paisaje, los amigos, el teatro, el cine… tantos… respirar, soñar, bailar… tantas que mantienen el deseo aun cuando se sufra y aun cuando creemos en Dios y sabemos que nos espera otra vida. La vejez no es disminución mental, si se aceptan las etapas, hay cosas que permanecen como la lectura o la música y otras que hay que cambiar con gusto, por ejemplo caminar en lugar de trotar y en lugar del baloncesto, el fútbol o el tenis el billar pool.
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