Durante un largo tiempo viví en Bogotá por asuntos de trabajo, y pude conocer los problemas de esa difícil capital. Parece que estos se han eternizado, porque pasan los tiempos y nunca vemos solución a las tragedias, que por el mismo tamaño de la urbe, convierten en casi insolubles sus dolores de cabeza.
Por estos días se ha revivido el gravísimo problema de salud que representa el botadero de basura conocido como Doña Juana, y al cual ninguna administración, desde hace más de treinta años de vida que tiene, ha sido capaz de darle una solución definitiva, y por el contrario los problemas de salud para los miles de habitantes que por extrema necesidad viven en este sitio, rodeado de miseria y contaminado con toda clase de enfermedades producidas por su mismo ambiente de insalubridad, hacen que se complique más la situación.
Hago referencia a este delicado estado de Doña Juana, porque me ha parecido que como en una cadena de hechos en extremo vergonzosos, Colombia entera está rodeada de un problema más grave aún, donde la pestilencia no llega del estiércol, y en la que sufren directamente las gentes humildes que tienen que sobrevivir junto con sus familias, que incluyen a cientos de niños diezmados por todo tipo de enfermedades.
Esta otra situación, también producida por la politiquería rampante y la deshonestidad abrumadora que nos está acabando, es la tenebrosa plaga de la corrupción.
Nunca en mi larga vida había sido testigo de algo tan vergonzoso como lo que actualmente está padeciendo nuestra patria por la deshonestidad y la inmoralidad aterradora que nos envuelve con sus tentáculos, hasta que nos sentimos asfixiados e impotentes para enfrentar esta bestia del Apocalipsis.
Podríamos repetir con García Lorca sobre la muerte del gran maestro de la tauromaquia, el eterno Manolete: "Pero si no puede ser, con estos ojos lo he visto, y no lo quiero creer”.
¿Cómo puede ser que individuos como los tres expresidentes de la Corte Suprema de Justicia hayan sido llamados a juicio por haber estado metidos de pies y manos en el Doña Juana del más espantoso escándalo de la corrupción que nos haya tocado vivir?
¿Cómo puede ser que estos sinvergüenzas de cuello blanco, a quienes los colombianos les entregamos toda la confianza nos resulten con que son los capos de toda una red de bandidos?
¿Quiénes son los mayores responsables de tener en los altos puestos de honor a unos atracadores sin ninguna clase de ética?
¿Cómo es que solo ahora nos enteramos en manos de qué serrucheros nos encontramos?
¿Para qué nos sirve andar pregonando que somos hijos de Santander y que por eso nos rigen las leyes, cuando hasta el jefe anticorrupción de la Fiscalía ha sido el mayor hampón de la pandilla?
Decenas de preguntas nos abruman, y les aseguro que muy pocas tienen respuesta, porque -acuérdense de mí- en muy poco tiempo los mismos compinches les darán la libertad por la consabida falta de pruebas.
Vivimos en medio del estercolero más repugnante, y mientras no tengamos una autoridad que maneje este lío con guante de hierro, esta será una plaga imposible de erradicar.
P.D.: La pereza es la madre de todos los vicios, pero al fin y al cabo es una madre y hay que respetarla.
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