Como decía San Francisco de Asís: No se mueve la hoja de un árbol, sin la voluntad de Dios. Han pasado más de cuatro meses desde el momento que recibimos el primer aviso de que algo muy tenebroso se le venía encima a la humanidad, con el agravante que no estábamos en forma alguna preparados para enfrentarlo, que sumado a la incultura de la mayoría de la raza humana nos convertía en víctimas del castigo con que nos llamaba a juicio la Naturaleza por los múltiples crímenes que contra ella hemos cometido los humanos.
El tiempo sigue pasando, y a pesar de los esfuerzos que están haciendo las autoridades para combatir el flagelo, crece la oleada de muertes. Debemos reconocer la voluntad del gobierno para enfrentar este maremágnum, y la disciplina de la gran mayoría de habitantes del país, quienes con grandes sacrificios están dando la lucha contra ese monstruoso desconocido.
Sin embargo, muchos desadaptados desprecian las órdenes de las autoridades y poniendo en peligro la vida de sus conciudadanos se han dedicado a violar criminalmente las leyes, menospreciando los esfuerzos de los demás.
Es increíble que ciudades como Bogotá y Cartagena, donde se supone habita una élite social de alto nivel, sean las que encabezan el camino hacia un gran desastre. La incultura que rodea a estas y otras ciudades debe ser combatida con más educación.
No quiero terminar esta columna sin comentar brevemente el fallo de la Corte Constitucional que le permitirá al exministro Andrés Felipe Arias impugnar su condena de 17 años de prisión proferida por la Sala Penal de la Corte Suprema. No soy abogado, pero veo un sello de injusticia que hace estremecer hasta al menos conocedor de asuntos legales.
Hace más de 5 años explotó el escándalo que llevó a la cárcel al exministro, tiempo en el que ha estado recluido en cárceles del exterior y en Colombia, siendo tratado como el peor de los delincuentes. Todavía no ha llegado el final del drama, pero se ha dado un paso grande a su favor, y la opinión pública, que a veces es escuchada, se ha pronunciado a su favor. Y pensar que fueron 5 años perdidos en la vida de un joven cuyo mayor pecado fue tener ambiciones políticas.
P.D.: Un político es un acróbata. Guarda el equilibrio diciendo lo contrario a lo que hace.
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