El pasado fin de semana terminó, desafortunadamente para Colombia, la visita de ese inmenso Vicario de Cristo en la tierra, el papa Francisco, dejándonos en la memoria algo parecido a un hermoso sueño del que muy rápidamente despertamos para enfrentarnos a la dura realidad de nuestro destino. Tenemos que vivir en un país en el que abundan los problemas de toda índole, sin que en la escala de la tragedia que nos azota se quede un solo peldaño que no nos golpee con fiereza.
Fueron cinco días inolvidables para la gente de todas las edades que nos embelesamos con la sencillez, la sabiduría, la alegría y el amor que irradiaba este magnífico ser humano, que desde ya tiene ganado un puesto muy alto entre los elegidos de Dios.
Como comentaba cuando Francisco estaba con nosotros, lo que vimos durante su visita solo puede recibir el calificativo de impresionante. Pero sin haber pasado una semana, ya comenzamos a vivir los desastres en que nos tiene metidos una clase política que si bien nunca ha sido de lo mejor, en los últimos tiempos ha llegado a lo más alto de su desprestigio y a un rechazo increíble de más del 80% de los colombianos.
Ahora, para aumentar nuestro desconcierto y después de las oscuras experiencias con los grupos de facinerosos que no nos permiten vivir como seres civilizados, sale otra desgracia que aunque nos la estábamos imaginando, nunca pensamos sería de la magnitud de podredumbre con que afloró. Me refiero a la pestilente situación del otrora respetadísimo Poder Judicial.
Cómo será la cosa que en las últimas encuestas su desfavorabilidad es peor que la que siempre encabezó la manada política. Y ahora nos rasgamos las vestiduras pidiendo que se haga algo parecido a un plebiscito, para que rueden las cabezas de todos los "ilustres magistrados de las altas cortes" para producir un cambio total de corruptos. El gran problema que tendría una decisión de esta magnitud es que no encontraríamos, como pasó en la historia de Lot, un solo justo que merezca el perdón de Dios y mucho menos quienes podrían reemplazar a las manzanas podridas de las Cortes, el Parlamento y el Poder Ejecutivo. La razón es sencilla: Nadie, por simple ley del arrastre, se le va a medir a una catástrofe como la que estamos viviendo, y personas impolutas y con su conciencia tranquila y limpia no aceptarán una posición con el lastre de corrupción como el que dejan los actuales funcionarios, y con el riesgo de terminar en la cárcel pagando crímenes que no cometieron.
Estas desgracias no son sino los primeros brotes de una plaga que nos ha convertido en uno de los peores países del mundo, ojo, del mundo, para vivir. Y esto nos lo hemos ganado en franca lid nosotros mismos, que no hemos sido capaces de enfrentar la podredumbre con valentía, y que, al contrario, cuando hemos tenido la oportunidad de quitarnos el cabezal de la indolencia hemos tomado decisiones erradas que nos han ayudado a sumergirnos en los lodos de la miseria moral.
Por lo que se ve, las sabias palabras del papa muy rápidamente se nos olvidaron, y hemos quedado solos y a la deriva, con espadas de Damocles por todas partes y en completa indefensión. No faltará sino que el deschavetado pelirrojo del norte le dé por descertificarnos, hundiendo más nuestra economía que ya no tiene margen de respiro, aunque el presidente y su ministro de Economía estén tratando de meternos hasta por los poros que estamos viviendo en el Paraíso Terrenal.
Ah falta que nos está haciendo un dirigente capaz, porque en estos momentos lo único que nos preguntamos angustiados es ¿dónde diablos está el piloto?
P.D.: Nuestra cabeza es redonda para permitir a nuestras ideas cambiar de dirección.
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