“Por el desayuno se sabe cómo será el almuerzo”, reza el refrán popular y eso fue lo que pensé con la muestra parcial de menos de una veintena de títulos de escritores colombianos que adelantaron LA PATRIA y Eje 21, sobre la encuesta que llevaron a cabo los organizadores de la Feria del Libro de la Universidad de Caldas junto con otras entidades. Haciendo explícito el riesgo y el deseo de equivocarme, como lo manifesté a través de internet, con la advertencia de que había que esperar la revelación de las demás obras escogidas, predije de forma provisional y con temor el resultado, muy similar pero no tan peor, al que se dio a la postre y que publicó el suplemento Papel Salmón el domingo 18 de agosto.
No supe qué se pretendió con la encuesta, el por qué y el para qué de ella y cuáles los lineamientos que se les indicaron a los 106 encuestados para responderla. Tampoco lo dice el editor de LA PATRIA, quien hace la presentación del que llama “catálogo”, pero a mi modo de ver, con otras connotaciones, la lista evidencia tres aspectos de los que cada quien puede deducir las motivaciones de esta encuesta.
Ellos son: Uno, el muy pobre o limitado o precario conocimiento de la historia y la evolución de la literatura colombiana que se tiene hoy. Dos, la promoción o el peso de las editoriales y de los nombres de los mediáticos autores contemporáneos. Y tres, consecuencia de éstos, el incoherente -por no emplear otro término- desenlace del proceso, del que de 200 libros en 200 años, más de 100 escogidos ¡más de la mitad! sean de los últimos 38 años, para no discriminar cuántos de solo estos primeros lustros del presente siglo, cuántos de los escritores más recientes, cuántos de autores vivos, cuántos de antes de 1960, con lo que se subrayan las nociones muy vagas que tienen los consultados de lo escrito en el país durante 150 años o qué tal si nos remontáramos hasta las últimas décadas del siglo XVI que fue cuando don Juan de Castellanos escribió los 124.870 versos de sus Elegías.
Ese desconocimiento tiene una explicación, más exacto, una causa indiscutible y triste. La desaparición de la cátedra de Literatura Colombiana desde 1975, la que durante tres horas semanales recibimos todos los bachilleres del país hasta esa fecha, a partir de la publicación de los tres volúmenes de la Historia de la Literatura de la Nueva Granada del fundador de la Academia de la Lengua don José María Vergara y Vergara, en 1871, a los que le siguieron el libro de don Isidoro Laverde Amaya (1882), los de Belisario Matos Hurtado (1919) y el padre Jesús M. Ruano (1925), la vasta y gráfica de J.J. Ortega Torres y el resumen de Gustavo Otero Muñoz en 1935, la extensa e inacabada de don Antonio Gómez Restrepo en 1936 el primer tomo (antes en 1918 y en 1926 había publicado breves reseñas), otro resumen se debe a don Ramón Zapata (1941), el poeta y traductor Nicolás Bayona Posada publicó sus famosos panoramas de la Literatura colombiana y de la Literatura Universal en 1942 y en la década anterior la Historia de la Literatura Española, éstos dos últimos fueron los textos que nos tocó seguir en el colegio, otro texto muy utilizado en la enseñanza fue del santandereano Juan de Dios Arias (1947) y por último el que estudiamos con los jesuitas, para mí el mejor y el más completo del P. José A. Núñez Segura, cuya primera edición data de 1952, a la que siguieron muchas otras con adiciones y correcciones del autor y al que Daniel Samper Pizano quien también lo disfrutó o padeció, le dedicó un artículo entre agradecido y burlón en El Tiempo.
No sobra decir que a mediados del siglo pasado, de las historias de Arias, Bayona Posada y de la del P. Núñez, especialmente destinadas al desarrollo del programa oficial de literatura colombiana, se hicieron varias ediciones a lo largo de los años porque las exigían en distintas instituciones estudiantiles. Varias otras historias panorámicas que como la del maestro Sanín Cano, Alberto Miramón o Arango Ferrer, solicitadas por editoriales de otros países y que estaban dirigidas a otros públicos, sobre todo del exterior, se publicaron en esas épocas. Dejemos para una nota siguiente las terribles descalificaciones que en tiempos posteriores se le han dado a esos textos escolares, los recorridos históricos críticos y más actualizados hechos por profesores especializados para universitarios o lectores estudiosos y los más de media docena de referentes distintos al “memorable” que llamó el escritor Rigoberto Gil, según menciona el presentador del “Catálogo” de los 200 libros Fernando-Alonso Ramírez.
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