Quizás haya un virus peor que el covid-19, este mismo que ha afectado a más de media humanidad y puesto en jaque a organizaciones, instituciones, empresas y, claro, a los gobiernos mismos, y que nos hizo dar un giro de 360 grados, para enterarnos de que lo que veíamos como bueno y normal, no era así. Este virus es la ceguera. Seguramente muchos de ustedes recuerden ese maravilloso ensayo de José Saramago, quien publicó su novela (1995) Ensayo sobre la ceguera. Allí se registra que un extraño virus produce de manera abrupta una ceguera masiva. El premio Nobel (1998) nos deja claro que “estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven.”
Claro, uno ve lo que quiere ver. Y muchos no queremos ver que, definitivamente, esta pandemia que sufrimos hoy en día, no es para nada democrática; nos ha afectado a todos por igual. Bueno, en realidad las enfermedades no afectan a todos de la misma manera. Unos muchos se mueren y otros pocos, los privilegiados, sufriendo lo mismo, se curan.
Creo que una de las mayores lecciones que debemos aprender de esta crisis sanitaria, cuya emergencia no termina el próximo 30 de noviembre, como lo había decretado el Gobierno, sino que se va por lo menos hasta finales de febrero del 2021, es poder ver, con notoria claridad, la inmensa desigualdad y exclusión que hay en nuestras sociedades. Es muy fácil encontrar evidencias empíricas, a lo largo de la historia humana, del por qué tantos ciudadanos se mueren con las pandemias que aparecen y otros (no tantos, repito) no. Me parece que es innegable que los procesos de la salud y de la enfermedad son el resultado de constantes históricas y sociales; para decirlo con otras palabras, hay factores políticos y sociológicos que determinan el por qué muchos no resisten las enfermedades.
Hay unas severas crisis en el ecosistema social: el cambio climático (negado por ciertos gobiernos), la inmensa pobreza de cientos de miles de ciudadanos, el crecimiento desmedido e irrazonable del consumo, la deforestación… en suma, el desenfreno de estas economías que acogotan las esperanzas y los sueños de los ciudadanos terminan por tumbar de la cama a los más débiles. Se ha generado un proyecto político y económico que facilita la aparición de las pandemias. La actual, la que estamos padeciendo, muchos la sufren de manera distinta y cada uno la afronta como puede. Pero quienes más han salido perdiendo son los menos favorecidos, los vulnerables, los marginados.
Por eso, creo que los gremios, las organizaciones, debemos diseñar alternativas en donde podamos, juntos, programar acciones, eficientes y efectivas, para afrontar esta crisis sanitaria. Hacer crónicas para anunciar próximas pandemias (como de hecho se está haciendo) probablemente no nos traerá ningún beneficio. Pero lo que sí sería relevante y positivo es volver a pensar nuestra cotidiana manera de habitar este mundo, depende de cada uno de nosotros; pero también creo que es urgente reorientar políticas públicas, económicas, sociológicas y psicológicas profundas para cambiar la dirección de nuestras sociedades.
Es urgente aprender a ver las inmensas desigualdades sociales que nos develan las pandemias. Y esto lo tenemos que hacer juntos. No hay otra forma. La ceguera no es la opción.
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