Razones no le faltan a muchos ciudadanos que desconfían del régimen democrático nuestro. Esto trae como consecuencia, entre otras, que hay quienes creen que para ser democráticos hay que ir a las urnas y depositar el voto, y del que algunos después se arrepienten: “Ummm… como que boté el voto.” Y aunque, por supuesto, soy consciente de que debemos cumplir el compromiso de acudir a las urnas, también sé que la democracia no puede mirarse solo desde ahí. Así que aún sostengo la tesis (claro, no soy el único que la piensa) de que no hemos aprendido a participar en la democracia participativa. Creemos que con el voto, ya nos libramos de todas las responsabilidades. No conviene olvidar que la construcción y consolidación de una democracia es una corresponsabilidad.
El deber que tenemos todos los ciudadanos, sin excepción, es recuperar y mantener la institucionalidad, lo que conlleva que pensemos en nuestro propio destino. Por eso, acudir a las urnas después de haber hecho un juicioso examen de quiénes son los candidatos y qué proponen es reconocernos como autores de nuestro propio destino. Votar por el candidato que consideremos, de manera seria y responsable, es reivindicar el valor supremo de la honestidad y la sensatez, máxime en estos tiempos en que muchos de quienes ejercen la política lo hacen con astucia, con suspicacia, con notables habilidades para engañar y conseguir materializar propósitos muy particulares.
Precisamente, por esto último que digo, creo que no les corresponde solamente a los ciudadanos de ‘a pie’ mirar la democracia como el resultado de una esperanza y un sueño materializado de manera colectiva; también es deber de quienes aspiran a gobernar hacerlo. No es responsable que quieran conseguir ser honrados como gobernantes, pensando solo desde los intereses de sus propios partidos y movimientos. Cuando se gobierna, se hace para todos, incluyendo a quienes no votaron por él o por ella.
Hace poco, en este mismo espacio, expresaba que es indispensable pensar en un desarrollo social y humano, considerando el diseño de ciudades sostenibles, construidas con y sobre tecnologías amigables y limpias. Y les preguntaba a nuestros futuros gobernantes ¿qué tienen propuesto desarrollar en sus programas de gobierno para afrontar el cambio climático? Y citaba en esa columna, a Ban Ki Moon, quien fue Secretario General de la ONU, cuando en 2012 dijo: “Nuestros esfuerzos no han estado a la altura de la medida del desafío. La naturaleza no negocia con los seres humanos.” Les pregunto ¿están ustedes, respetados candidatos a la Gobernación, a la Alcaldía, a la Asamblea y al Concejo a la altura de este enorme desafío?.”
Pero también quiero preguntarles, por ejemplo, ¿cuál es la idea de fortalecimiento del tejido colectivo de ciudad que tienen?, ¿de qué manera están incorporando y valorando en sus propuestas las ideas de cientos de manizaleños y caldenses?, ¿saben ustedes liderar causas colectivas y no personales?, ¿con qué principios de realidad (me refiero a los recursos) apalancarán sus iniciativas? Y también quiero saber ¿cómo avanzarán en eliminar las desigualdades en la ciudad y los privilegios que sostienen unos pocos, y que contribuyen con las inequidades y las exclusiones? Y otras más: ¿cuál es la idea de articulación de Manizales como ciudad de la educación del aprendizaje, de la ciencia y de la tecnología en este medio que se proyecta como universitario?, ¿qué estrategias de atracción de inversión nacional e internacional piensa adelantar para el departamento y el municipio de Manizales? Y una última, por ahora: ¿cómo trabajará para construir confianza, gobernabilidad y gobernanza?
Creo que la fuerza legitimadora en este período electoral está en fortalecer el espíritu colectivo, lo que implica organizar-nos, reunir-nos y pensar con mucha seriedad en la clase de ciudad, región y territorio que queremos.
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