Para las universidades, el momento cuando se les entrega el título a quienes se gradúan es ciertamente motivo de profunda satisfacción. Realizamos unos rituales como una acción simbólica que, por sí misma, deseamos que genere conciencia de identidad de los graduandos para con su universidad. La función de un ritual es estimular una forma de vida humana, que supere una simple ordenación de lo superficial.
En los ritos antiguos, todos los acontecimientos sociales se estructuraban de tal manera que el sentido de lo más profundo se simbolizaba en clave religiosa. Hoy, en este mundo contemporáneo, caótico y lleno de incertidumbres, lo religioso se presta solo para ocasiones consideradas sacras; sin embargo, el rito del que hablo supera lo confesional, y se instala, al parecer, sin mucha dificultad, en la vida laica.
Es cierto que lo que hacemos hoy es un ritual de consagración. Cada uno de los graduandos es investido con el título de su profesión o, en el caso del nivel más avanzado, de Doctor. Me parece importante reconocer que con ellos, con quienes reciben su título, las universidades se revitalizan, se restauran y avanzan en su función principal de producir conocimiento que permite el cumplimiento del mandato moral y político que emana de la sociedad, y que tiene que ver con lo misional de una universidad, que no es otra cosa que la preservación del patrimonio cultural y científico.
Con los grados universitarios se da un paso fundamental, pero no final, en la visibilización de la construcción de pensamiento serio, juicioso, responsable. Y justo en ese momento, al que asisten familiares y amigos como testigos fieles, se produce un ritual de tránsito: el de la academia a la vida laboral. Yo acostumbro decirles a los graduandos que ya les toca salir a la calle a pensar muy en serio en la comprensión de los problemas que aquejan a este país y al Planeta entero. Por ejemplo, pensar con sumo cuidado en que es urgente construir un camino hacia la convivencia pacífica; o reflexionar y diseñar estrategias eficaces y eficientes para acabar la violencia contra las mujeres, los niños y las niñas.
Los rituales guardan estrecha relación con lo simbólico, en la medida en que los símbolos son las unidades más pequeñas de los propios rituales. Y los graduandos terminan por reconocer que los símbolos tipifican, representan y traen a la memoria hechos y fenómenos asociados al pensamiento. Pensar en clave de ritual los problemas que sufren millares de ciudadanos en este país, nos obliga a considerar detenidamente las actividades, las relaciones, los mismos acontecimientos en contextos determinados. Los símbolos son parte esencial de los procesos sociales, por lo que deben ser mirados y analizados en relación con otros fenómenos presentes. Los símbolos rituales, se convierten en factores determinantes de la sociedad y bien pueden llegar a ser fuerzas fundamentales en el tránsito de una sociedad en guerra a una en convivencia pacífica.
Me parece que si volvemos un rito el pensamiento sobre, vuelvo sobre el manido ejemplo, los procesos de paz y el Acuerdo, firmados entre el Gobierno y las Farc que se caracterizan, entre otras cosas, porque hasta ahora no hemos podido precisar su intensidad, su profundidad ni su gradualidad, seremos capaces de construir un país mejor, más equitativo y solidario, más incluyente y justo.
Volver la comprensión e interpretación de la situación política actual en Colombia un ritual, podría ser una excelente herramienta para configurar una transición política desde y para los ciudadanos.
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