Cuando se oye hablar del término fundamentalismo, por obvias razones se le asocia a sistemas rígidos de creencias, religiosas y no religiosas. Por ejemplo, se habla de fundamentalismo islámico, pero también de fundamentalismo económico; incluso, es común escuchar sobre el fundamentalismo del mercado, del político, del cultural...
El asunto es que ahora, además de ver cómo aprendemos a vivir con esta pandemia, tenemos otro enorme desafío: no sucumbir también a los fundamentalismos que se dejan ver por estos días en nuestro país. El enfrentamiento entre las posturas religiosas, económicas y políticas, a mi juicio, son claras manifestaciones de que nuestra sociedad no es sana mentalmente hablando. Cuando impera la pasión sobre la razón, lo que se deja ver es el miedo al otro, y el miedo conlleva que la sociedad se vuelva decadente; y así es muy difícil lograr una paz estable y duradera.
Los fundamentalismos conllevan la necesidad de pisar sobre terrenos firmes queriendo desconocer, a propósito, la importancia de las incertidumbres. Estas posturas radicales, extremas, hacen que se sienta la profunda necesidad de tener y aceptar dogmas, posturas inmodificables, inamovibles, verdades eternas dándole luz verde a la creación de grupos monolíticos.
En lo particular no me es posible aceptar ningún tipo de fundamentalismo. No puedo aceptar una teoría, cualquiera que sea y venga de donde venga, si la tengo que aceptar porque sí, si no me permite disentir y, todavía más, si no me reconoce ni me permite disentir; y si no considera los colectivos en los que la diversidad forma parte de su propia naturaleza.
Digo no a los fundamentalismos porque no permiten pensar; porque su doctrina debe acatarse de manera ciega; porque niega la libertad y el amor; desconoce a un otro, y no se sabe autora de su propio destino, sino que proviene de una “gran” idea, de un “caudillo” que todo lo puede y todo lo sabe. Los fundamentalistas forman parte de sociedades decadentes, anquilosadas.
Como yo veo las cosas, hoy más que nunca se requiere conversar, descubrir en el otro infinitas posibilidades de razón y de emoción. Desde aquí quiero hacer un llamado al respeto, a la prudencia, a la sensatez. Este país, y mucho más ahora, por la crisis de salud pública que estamos sufriendo y que nos puso en jaque a todos como ciudadanos, pero también a las instituciones en todos los niveles, lo que menos necesita es asumir posturas extremas, que controlen y alimenten resentimientos y venganzas.
Deseo un país en donde los ciudadanos todos, sin excepción, podamos expresar nuestras diferencias, sin miedo a ser estigmatizados, excluidos; un país en el que busquemos siempre la verdad de los acontecimientos, diseñemos juntos la reconciliación y la búsqueda de una convivencia digna.
Ante las posiciones que exacerban los ánimos y las pasiones, lo que no contribuye en nada a la búsqueda de una sociedad mejor, creo que una alternativa juiciosa y seria es diseñar espacios de conversación en donde se reconozca que la construcción de la democracia es un asunto de corresponsabilidad. Todos somos responsables de lo que le suceda a este país. No podemos fracasar en esto, porque sería fracasar en ser mejores seres humanos.
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