Creo que la Navidad es una especie de renovación del tiempo y de la especie humana. Y también del pensamiento. En este proceso, me pregunto en dónde deberíamos ubicarnos. Quizás peque por impertinente, pero me parece que esta época es propicia para ratificar lo que en otros escenarios he dicho: lo que este país necesita es pensamiento. Por eso, pregunto, si los que pensamos lo hacemos por moda, o porque estamos convencidos de que es fundamental construir ideas que contribuyan con la transformación de este país.
Por estos días también, en nuestras universidades les estamos entregando los títulos que los acreditan como profesionales a cientos de ciudadanos que se convertirán en nuestras mejores cartas de presentación y que, así lo esperamos, contribuyan de manera seria y responsable, con la transformación de estas realidades nuestras.
El historiador Ernst Gombrich decía que “el verdadero artista es aquel que dialoga con su obra; el impostor dialoga con el público.” Me gusta esta afirmación, porque nos demuestra que desde la estética misma conviene pensar así en todas las disciplinas y ciencias. Solo los pares académicos de cada una de éstas, les da autenticidad a quienes se dedican de verdad a pensar; y no lo hace el público en general. Por eso, vuelvo a preguntar: ¿en dónde nos ubicamos?, ¿qué clase de pensamiento producimos? Y si producimos pensamiento ¿podemos, con este pensamiento, explicar los asuntos de nuestros comportamientos? Hay expertos que dicen que, al parecer, las matemáticas y las precisiones conceptuales no nos facilitan respuestas sobre el amor, o la lealtad, o la solidaridad, o el miedo, o el respeto, o la justicia.
Quiero leer esto de otra manera. A finales del siglo XVII el mundo estaba dividido en dos partes generales: la de los conservadores y la de los radicales; algunos dirían la del orden y la del progreso; otros más, la de las sociedades cerradas y la de las sociedades abiertas. El caso es que unos y otros buscan siempre ordenar la vida a un sistema, es decir, a una serie de principios limitados, exclusivos y parciales (compartimentos, dirían los más avezados); se vuelven o totalmente idealistas o completamente prácticos. Me parece que ambos olvidan que tanto el orden como los cambios, la estabilidad como la variación, la continuidad como la novedad forman parte fundamental de los atributos de la vida.
Es claro que un sistema es un instrumento conceptual, de pensamiento, que tiene utilidad pragmática. Cuando se enuncia un sistema se abren las puertas de la claridad intelectual, lo que nos permite tomar decisiones y acudir a las respectivas acciones. Por eso creo que cuando se está frente a un nudo gordiano es conveniente cortarlo, como lo hizo Alejandro Magno en la ciudad de Gordión. Una vez cortado, los numerosos hilos cuyos cabos estaban escondidos, empiezan a aparecer recobrando sus verdaderos colores, sus reales tonos, todo aquello que no se veía cuando estaban entretejidos juntos en el complejo nudo original.
Cuando asumimos una postura única, como el individualismo o el colectivismo, el estoicismo o el hedonismo, la aristocracia o la democracia, y se pretende continuar con el hilo, siempre y en todo lugar, y no con el tejido, lo que se termina por olvidar es lo que significa propiamente el hilo, cuya función es la de contribuir con la complejidad y los intereses de la infinita trama de la vida misma.
La pregunta, propicia para este época de renacimiento: ¿en dónde nos ubicamos? Creo que nos equivocaríamos si decimos, en un lado o en el otro. Estoy convencido de que la vida nos ha enseñado es que no podemos localizarnos exclusivamente en un solo sistema o en una sola idea general. Los himnos órficos dicen que somos hijos de la Tierra y de los cielos estrellados. La respuesta debe estar en el corazón de cada uno de nosotros: si decidimos tirarnos en el desastre o elevarnos a alturas de máxima existencia. Lo dijo Shakespeare: “… alma profética del amplio mundo, que sueña las cosas futuras.” Una feliz Navidad. Ojalá bien pensada.
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