Se celebra por estos días la 50a edición del Foro Económico Mundial, reconocido como Foro de Davos que se realiza en la mencionada localidad suiza. Se abordan desafíos sustantivos que tenemos en este Planeta: impulsar la ecología y diseñar respuestas a los retos del cambio climático, lograr una economía más inclusiva, crear un consenso global sobre el despliegue de tecnologías que tienen que ver con la Cuarta Revolución Industrial; al igual que crear puentes para resolver conflictos mundiales.
Se hace énfasis en la Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, organismo responsable por velar la implementación del Acuerdo de París en donde por lo menos 200 naciones se comprometieron a reducir las emisiones de Gases Efecto Invernadero, GEI, a través de la mitigación, adaptación y resiliencia de los ecosistemas.
El asunto preocupante es que los científicos han demostrado que los cambios climáticos están originados en nuestro comportamiento respecto de la naturaleza. Y esto, entre otras razones, porque no nos adaptamos a la naturaleza, sino que buscamos todos los medios posibles para que ella se adapte a nosotros. Prueba de ello es el deseo desmedido que tenemos por acumular riqueza explotando de manera sistemática los bienes y servicios naturales. La naturaleza, claro, reacciona: largas sequías, deforestaciones, incremento del nivel del mar, disminución del agua dulce, reducción significativa de alimentos disponibles para el consumo, afectación de los recursos que se requieren para producir medicamentos y hasta de los materiales para la construcción.
Cientos de ambientalistas han llamado la atención sobre este asunto, lo que ha llevado a que el Planeta se convierta en un objeto de estudio riguroso, a tal punto, que en el 2015 se llegó al Consenso en París para evitar que el calentamiento no supere los 2 grados Celsius, con relación a los niveles preindustriales. El problema de este Consenso está en que como no es vinculante, queda a la deriva el que algunos países, sobre todo los desarrollados, lo cumplan o no.
Este hecho lo que demuestra es que ya no se trata de ciencia, sino de responsabilidad política, ética y moral. Bien lo dijo el papa Francisco en su Laudato Si, sobre el cuidado de la Casa Común (2015): “Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos (…) estas situaciones provocan el gemido de la hermana Tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo.”
Me parece que el llamado del Papa está centrado en la búsqueda espiritual que cobra sentido si sumamos esfuerzos y procuramos el desarrollo de una ética del cuidado que nos obligue a respetar a la naturaleza. Me refiero a una postura moral que nos ubique de manera sensible y amable, amorosa y fraternal, respetuosa y solidaria, en consonancia con nuestra Casa Común.
Lo dije hace poco, todo indica que “nuestra penosa realidad es que somos muy proclives a la avaricia y al egoísmo.” Olvidamos muy fácilmente cultivar nuestra espiritualidad que es en donde anidan nuestros sueños y anhelos, nuestras esperanzas y alegrías, y las utopías que situamos en el horizonte como grandes ideales. El pan nuestro espiritual es el alimento del amor, la lealtad, la solidaridad, la convivencia, la compasión, el respeto. Con este alimento se sostiene una ética del cuidado de la Tierra y de nuestra humanidad. Sostenibilidad es en lo que tenemos que pensar. Si no somos coherentes con esto, si no pensamos en cuidar la Tierra, ¿qué sentido tiene nuestra existencia?
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