Para considerar la sustantiva relevancia que para Colombia (y para América Latina, toda) tiene la presencia del papa en nuestro país, no se requiere ser religioso ni católico. Me parece que el Sumo Pontífice dice y representa todo lo que los seres humanos, sin condición ninguna, deberíamos decir y tener: coherencia y respeto por los demás. Es tan sencillo como eso.
Recuerdo haberle leído al periodista Ignacio Ramonet, relatar que a finales del año pasado el papa se reunió con cerca de 3 mil activistas, los más pobres de este planeta: recicladores de basura, vendedores informales, campesinos sin tierra, indígenas, cartoneros… en fin… todos pertenecían a por lo menos 90 movimientos populares que llegaron al encuentro provenientes de 65 países del mundo. Y abordaron los temas de las tres T: Trabajo, Techo y Tierra. A estos se sumaron los de la democracia y el pueblo, el cuidado de la naturaleza y los emigrantes. Asuntos de la mayor importancia.
Y cuenta Ramonet que, en conclusión, el papa dijo cuatro cosas trascendentales: “Rebelaos contra la tiranía del dinero”, “Sed solidarios”, “Revitalizad la democracia” y “Sed austeros. Huid de la corrupción.” Qué bien caen estos principios éticos y estas directrices morales en un país como el nuestro en donde cometemos el pecado del consumismo sin ninguna consideración; en un país que se ve envuelto en gravísimos problemas de corrupción y cuyas responsabilidades eludimos sin el menor recato. Qué vigentes continúan siendo estos llamados de un Hombre de Dios que siente que falta en demasía la solidaridad para con los más vulnerables y que, por eso mismo, ni nos damos cuenta de que este comportamiento a todas luces inmoral, quebranta la democracia. Es muy difícil consolidar y fortalecer procesos de convivencia si somos tan pecadores, es decir, si cometemos tantas, y con dolo, infracciones morales que afectan a todos los ciudadanos.
He venido sosteniendo que todo lo que pensemos, decimos y hacemos, asumiendo una actitud coherente, debemos convertirlo en hechos morales, esto es, en comportamientos razonables. Hace pocos días, manifestaba ante un grupo de ciudadanos que el filósofo estagirita Aristóteles decía que no se enseña la ética para saber qué es la virtud, sino para ser virtuosos. Ser razonable es ser virtuoso. Y esto me parece de la mayor importancia si pretendemos construir sociedades abiertas, plurales que faciliten caminos de cooperación en donde la justicia y la equidad sean posibles. Este comportamiento virtuoso es una manera de ser solidario, es comprender al otro y a la otra, escucharlo, girar alrededor de sus intereses; es saber que con los otros y las otras acordamos reglas de cooperación y se podrán establecer límites entre lo que es tolerable y lo que no lo es. Ser virtuoso, en este sentido, es poder actuar con sindéresis, consideración y respeto.
Estoy convencido de que somos muchos en este país, los que venimos hablando de esto. Ahora viene el papa y lo dice. Confiemos en que a él sí le crean, lo cual, obvio, es comprensible.
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