Creo que ya nadie lo duda: nos enfrentamos a cambios, quizás, drásticos. En mi última columna preguntaba (todavía me lo pregunto), ¿cómo nos preparamos para este mundo que se transforma y en donde emergen, de manera todavía más radical, las incertidumbres? Claro, no sabemos cómo será el futuro, y creo que de lo único que podemos estar seguros hoy más que nunca, es que no podemos seguir siendo los mismos. Nos toca cambiar de comportamiento y de hábitos de vida: o nos volvemos más compasivos y solidarios, más respetuosos y honestos, o perecemos. Nuestras actuales sociedades no deben seguir por el camino que venían construyendo.
Me parece que una de las más importantes tareas que tenemos ahora es darnos cuenta de qué somos y de quiénes somos. Es, creo, volver a escuchar la máxima socrática del Conócete a ti mismo. Y me parece urgente porque ahora, que no es el tiempo de los sócrates, el enorme desafío está en los grandes mercados (el “Gran Hermano”) que fácilmente nos hackea toda nuestra vida (incluso la privada) y nos confunde. Como aquél sujeto que preguntaba “¿Ud. no sabe quién soy yo?” Claro que no. “Ni yo tampoco lo sé”, habría de responder él mismo.
Es cierto, podríamos seguir sentados esperando que el mercado, y los algoritmos que lo crean, nos hagan la vida más fácil y tomen decisiones por nosotros y por los demás. Pero si queremos conservar nuestra “humana humanidad”, es decir, si queremos coger las riendas de las cosas, deberemos estimular el pensamiento creativo, y con éste la solidaridad y la compasión. Sólo así podremos seguir por la senda de conocernos y de reconocernos en los demás.
Me parece que los profesores seguimos teniendo el inmenso desafío de continuar fomentando la búsqueda de darle sentido a lo que hacemos y a lo que somos; de seguir señalando la diferencia entre lo que es bueno y lo que no lo es; de aprender –con nuestros estudiantes– lo que es importante, lo trascendental y lo que no lo es; de diseñar imágenes del mundo muy vitales. El gran relato del mundo que tenía como eje una absoluta mirada antropocéntrica, ya no existe. Abogo por una visión biocéntrica, esa misma que le presta toda su atención a la naturaleza y la respeta en todas sus dimensiones.
Por supuesto, pensar en estos asuntos vitales, es decir, pensar en la solidaridad, la compasión; pensar en que debemos, hoy más que nunca, continuar conociéndonos y reconociéndonos, no se opone para nada a la economía. Lo dijo mejor el profesor Moisés Wasserman: “Poner la vida y la economía como una disyuntiva absoluta es demagógico. La economía es comida y la comida es vida. No hay salida diferente a trabajar en los dos frentes.” Para el efecto, haría un llamado a los gremios económicos de este país para que piensen la economía, pero con los ciudadanos, Creo que deben incluir a los ciudadanos en la búsqueda de las soluciones para afrontar juntos esta pandemia que nos está obligando a cambiar todo. Tenerlos en cuenta, no sólo es una forma de mejorar nuestra democracia, pretendiendo estar juntos (así estemos aislados, que no distanciados) como corresponde, sino que es el mejor antídoto contra la pandemia que sufrimos. Los gremios económicos trabajando con los ciudadanos facilitarían la creación de un orden del día para las acciones que se deben llevar a cabo y avizorar un futuro esperanzador.
La esperanza es lo que más debemos estimular entre todos. La vida no está encerrada. Los sueños no están encerrados. Yo tengo confianza en que cada uno de nosotros, desde nuestras casas sabemos que ya pertenecemos a una sociedad que se transforma y nos transforma.
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