En nuestra sociedad, en nuestra cultura, por lo general, nos gusta estar cerquita; nos gusta saludar de beso, de abrazo, estrechándonos las manos… por eso dicen que nosotros somos muy cálidos, muy amigables. Con este comportamiento pretendemos decirles a los demás que ahí estamos y que pueden confiar en nosotros. Claro, entiendo que no con todo el mundo se puede hacer esto. Muchos tienen su propia burbuja y la verdad me parece comprensible: uno no se acerca más de lo permitido a conversar, por ejemplo, con el jefe, pero sí mucho con nuestra pareja o nuestros hijos, o amigos muy cercanos.
Hay antropólogos que dicen que culturas como las del sur de Europa y de América Latina son más proclives a las distancias cortas entre las personas y a tener mayor contacto físico; contrario, explican, a lo que sucede en Norte América, Asia o el norte de Europa. De estos ciudadanos decimos que son muy “fríos”. Sin embargo, también sé que hay estudios que señalan que la distancia entre las personas se determina por el género y la edad, incluso, por el clima.
El asunto, me parece, es que no en todas las sociedades o culturas las personas se tocan de igual forma, así como tampoco entienden del mismo modo la distancia corporal. Las sociedades van determinando, poco a poco los distanciamientos.
Hoy por hoy, un virus nos obligó a distanciarnos, a no estar a menos de dos metros. No me gusta. Creo que a ninguno de nosotros nos gusta el no poder saludarnos como lo hacemos siempre: de abrazo y de beso. Nos gusta estar muy cerquita, mirarnos a los ojos y decirnos: “Hola, ¿cómo estás?”. No nos gusta, pero nos tocó. No tenemos otra alternativa. Pero me resisto al distanciamiento social. Yo quiero saber que estamos ahí, no muy cerca, pero sí juntos. En el fondo, huelo un tufillo un tanto democratizante, puesto que todos -bueno, casi todos- cumplimos esta norma. Y así estemos confinados hay una especie de sociabilidad asistida por las tecnologías que nos permite seguir juntos, pero guardando la distancia profiláctica indispensable para evitar expandir el virus. Aislados pero interconectados.
El confinamiento es una amarga experiencia de aprendizaje. Y este aprendizaje nos permite reconfigurar el mundo que estamos viviendo y sufriendo. Nuestras certezas y seguridades han tambaleado, han caído, con la misma rapidez con la que se expande el virus. Creo que transitamos hacia una nueva normalidad. Los ámbitos de la política y la economía se han visto afectados y deberán cambiar de rumbo. Y junto con ellos, lo cotidiano, incluso, lo que no se ve, los vínculos espirituales entre las personas, nuestras formas de mirarnos, de expresarnos, de hablarnos también cambiarán. Ya, de hecho, han cambiado.
Tengo confianza en que pronto, más temprano que tarde, esta regla de “porque te quiero, no te toco”, se acabará y no nos tendremos que saludar con una venia. Me niego a perder el abrazo y el beso.
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