Es sabido que los organismos vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. También se entiende que cuando se presenta este último suceso, lo que antes era todo un cuerpo unido y vital, termina separado hasta convertirse en polvo. Para decirlo en una palabra, descompuesto.
A riesgo de parecer fatalista, digo que cosa igual le sucede a la sociedad: ésta se puede descomponer, es decir, se puede corromper. Esto sucede cuando a este organismo vital se le afecta, quizás lo más importante, su moral. Tal cosa es lo que, desafortunadamente, estamos viendo en este país: se descompuso la moral. Así es muy difícil sostener la dignidad, la honra, la vida misma y, por consiguiente, la democracia. Nuestra democracia tambalea, se mueve como un péndulo que va de lo moral a lo inmoral, de lo legal a lo ilegal. Estas fronteras, que siempre son líneas delgadas, se van difuminando.
Hay quienes han puesto sobre la mesa la metáfora del piojo, puesto que, dicen, el término corrupción tiene que ver con lo que significa este pequeño, pero incómodo insecto. Se entiende, por tanto, que cuando alguien o algo se corrompen cae en las redes de insidiosos parásitos. Recordando a Kafka, los corruptos serían ese Gregorio Samsa que cuando “despertó una mañana tras un sueño inquieto, se encontró en su cama convertido en un horrible bicho.”
El problema aquí es que este asunto no solo corresponde a sujetos aislados que se corrompen porque la vida “fácil” les es más alcanzable (“para qué trabajar tanto por tan poco”, lo dicen con cierto orgullo, en una clara manifestación de que no entienden el fundamental significado del trabajo), sino que también se trata de que buena parte del sistema se haya convertido en un ignominioso y denigrante bicho. Es un problema estructural y muy de fondo, con múltiples patas. Y una de éstas aparece en la ecuación corrupción=política. Por eso, muchos que se ponen a rascarles la cabeza a los otros buscándoles los piojos, terminan sintiendo que en las suyas las liendras ya hicieron su nido. Qué increíble facultad la de los piojos para saltar de melena en melena. Qué increíble facultad la de los corruptos (sujetos y organizaciones enteras) para irse apoderando de la voluntad de los otros y las otras.
Pero lo más increíble es que aunque estos hechos provocan indignación y rechazo, el manejo que se les da invita a la resignación. Esto debería preocuparnos, porque así la corrupción se vuelve parte del paisaje, se normaliza, y la esperanza de un cambio político serio y democrático se desvanece en el aire.
Me parece que el enfoque que se le dio al conversatorio sobre la corrupción, que tuvo lugar el martes pasado, cuya iniciativa se le debe a la Universidad Autónoma, y que finalmente fue diseñado por el Sistema Universitario de Manizales, Suma, señala un camino importante. Si hablamos de que este fenómeno malsano es también y principalmente el resultado de una descomposición moral, quizás la mejor herramienta sea abordarlo desde una ética ciudadana y la consiguiente construcción de integridad.
Por supuesto, no creo que la corrupción se deba ver solo como una crisis de valores, sería muy simple. Me parece más bien que es un problema, insisto en ello, no solo de los sujetos, sino de la estructura social misma, y de cómo unos y otra se relacionan y se localizan; de cómo se cumplen o no las normas, de cómo se comprende lo que significa pertenecer a una sociedad, de cómo se quiere construir un país para todos y no para unos pocos. En este sentido es fundamental que desde la academia le prestemos muchísima más atención a lo que prescribe la ética, a esa posibilidad contemplada en el principio de integridad que se materializa con la honestidad, con el respeto, la transparencia, lo justo, lo solidario… En fin, con la posibilidad de construir una sociedad razonable.
Creo que es altamente factible que podamos, juntos, enderezar el rumbo. Chaplin en su maravillosa película Tiempos Modernos decía que ante la indiferencia frente a esta época contemporánea en la que la incertidumbre del mañana y que nos mantiene al borde de un ataque de nervios es la reina, se vuelve fundamental que no nos desesperemos, puesto que en los caminos pedregosos y difíciles, “vale la pena hacerlo si son dos los que andan.”
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