Con seguridad muchos leímos alguna vez las 11 notas filosóficas escritas por Karl Marx sobre las ideas del joven Ludwig Feurbach (1845), y que fueron publicadas por Engels en 1888: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” Estos pequeños tratados señalan una actividad práctica que algunos la denominan como “acción política.” Aunque, por supuesto, era toda una postura crítica al idealismo alemán y al materialismo metafísico cuyo resultado era una aplicación práctica, material y política.
Con esta introducción un poco filosófica, lo que busco es mirar la pertinencia de los saberes de quienes estamos vinculados con el mundo de las universidades, y la pertinencia de quienes anhelan ser gobernantes durante los próximos cuatro años. Es decir, qué tanta pertinencia y pertenencia pregonamos desde lo que pensamos y decimos, en las más de las veces con tanta seguridad, respecto del mundo que habitamos.
Mi llamado de atención, bueno no el mío, sino el de Marx, y antes de él de Sócrates, por poner dos ejemplos clave, es que el conocimiento y con él el descubrimiento de las verdades, están estrechamente relacionados con los contextos históricos, culturales, políticos, económicos, éticos, religiosos, ambientales que se suceden en nuestro entorno de forma permanente. Independientemente de que lo digamos desde las universidades o de que lo digan en sus discursos de campaña los candidatos, no se puede olvidar que siempre deben considerarse los contextos y los momentos históricos específicos. Y precisamente, por esto es que la pregunta por el lugar que impactará el conocimiento y los programas de los futuros gobernantes tiene total importancia.
Ambos, universidades y candidatos/gobernantes debemos reconocer que el conocimiento y los discursos programáticos no son eternos ni inmodificables, sino que son el resultado de acciones humanas y que pertenecen a espacios concretos, es decir, deben estar diseñados de manera estratégica pensando en las necesidades, sueños y anhelos de millares de ciudadanos. Ambos se necesitan. Por eso no veo con buenos ojos que se niegue el que se quiera politizar a la ciencia, ahí no hay herejía alguna. ¿Qué otra cosa es la ciencia (y con ella la educación misma) si no un asunto político? El conocimiento puesto en práctica, para decirlo más sencillo, el discurso científico hecho acción política es de una alta relevancia para la legitimación de lo que se piensa y se dice, y para la configuración de las sociedades. Siempre ha sido así.
Las funciones misionales de las universidades, como la investigación y la docencia, les han permitido a éstas develar las contradicciones, hacer las preguntas impertinentes, mirar con cuidado las tensiones y proponer los cambios y las transformaciones sociales. Y los candidatos/gobernantes no deben descuidar esto, máxime porque la mayoría de ellos pasaron por las aulas universitarias. Éstos deben reconocer que ambos son indispensables para la construcción y preservación del patrimonio científico y cultural de una sociedad.
La pertinencia del conocimiento y de las propuestas de gobierno y, en consecuencia, la pertenencia a un territorio, deben ser faros de realidad. Ambos, universidades y candidatos/gobernantes cumplimos un mandato moral y político que emana de la sociedad. Y esto debe conllevar la transformación social que tanto requerimos hoy. No nos conviene seguir en esta lógica paranoide del odio y de las guerras.
Adenda: el domingo 27 de octubre salir a votar es un acto de corresponsabilidad con la ciudad, el departamento y, quizás lo más importante, con nosotros mismos.
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