Quizás estas preguntas sean pertinentes para esta época: ¿Cómo nos preparamos y preparamos a nuestros hijos para este mundo que se transforma como lo hace y en donde las incertidumbres son radicales? ¿Qué les enseñamos a los niños y niñas para que estén preparados para los años venideros, incluso del próximo siglo? ¿Cuáles son las habilidades que necesitará para el mundo del trabajo, pero también para comprender y transformar su propio mundo? Es probable que muchas de las cosas que les enseñamos a nuestros jóvenes hoy en día serán irrelevantes para el futuro venidero, incluso el muy cercano. ¿Qué tanto pensamos y diseñamos nuestras sociedades para los próximos 100 o 200 años?
Yo tampoco tengo respuestas claras para estos interrogantes. No creo que sepamos cómo será el mañana; nunca hemos podido predecir el futuro. Y hoy, más que nunca, con los avances de las tecnologías que permiten modificar los algoritmos de la especie humana, nuestras mentes y cuerpos, no es factible estar pisando terrenos sólidos, máxime porque ya tenemos evidencias empíricas de que los grandes relatos se cayeron. “Nadie es eterno en el mundo.”
Frente a la infopolución que siempre termina por asustarnos (es tanta que muchas veces ni siquiera nos enteramos de lo realmente importante, debido a que, además, muchos están empeñados en desinformar y en distraernos), lo que me parece que debemos hacer es entender que lo que menos necesitamos es alguien que nos dé más información. Lo que creo, por el contrario, es que el deber de cada uno de nosotros está en comprender, con los demás, en cómo darle sentido a las cosas, aprender qué es lo relevante y qué no, qué es lo bueno y qué no; entender por qué la vida debe estar por encima de cualquier consideración económica, ideológica, lúdica...
Por ejemplo, ¿qué hacer ahora que esta pandemia del Covid-19 nos encerró? Yo quiero ver que es una magnífica oportunidad para que nos volvamos a encontrar con los más cercanos, esos mismos de quienes el mundo del trabajo nos hizo alejar. Creo que cobra muchísima relevancia la premisa que cada vez escucho por estos días del “Yo te cuido, tú me cuidas.” Nos recomiendan que no nos podemos abrazar ni besar, pero… ¿no habrá otro modo de estar con los otros? Tiene que haberlo. Nosotros, hemos sido capaces de las peores invenciones, pero también de las mejores. Y estoy convencido de que seremos capaces de diseñar nuestra cotidianidad de forma distinta, a tal punto que nos sintamos abrazados y besados sin tocarnos.
Tenemos que encontrar maneras para aprender a manejar las ansiedades y angustias que nos producen las enfermedades, para no caer en una neurosis colectiva. Quizás, una de esas maneras es volver a mirar con cariño y respeto a nuestros viejos, esos seres que también otrora fueron jóvenes y fuertes, impetuosos y atrevidos. Esos seres hermosos que nos dieron la vida y que nos enseñaron a caminar y a decir “gracias” y “por favor”; pero también a nuestros niños y niñas que están esperando de nosotros fortaleza y alegría, aún en momentos aciagos como el actual.
Este pandemia nos obligó a transitar de una forma de vida que estábamos llevando a otra. Nos llevamos el trabajo para la casa y trasladamos la academia para la casa. Estamos encerrados. Por esto, me parece que es muy importante encontrar y desarrollar capacidades para habérnoslas con el cambio, para aprender cosas nuevas y mantener el equilibrio mental en estas situaciones con las que no estábamos familiarizados.
Aspiro que una vez pase esta pandemia, hayamos aprendido que para estar a la altura del mundo que viene, no solo requerimos producir nuevos conocimientos científicos y tecnológicos, sino, sobre todo, que hayamos aprendido a reinventarnos. Algo tenemos que aprender de los virus.
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