Creo que si le hubiéramos preguntado a Adalberto Zuluaga Ramírez, de quien lamento profundamente su fallecimiento en días pasados, qué tan importante es en su trabajo periodístico asuntos como reportar las cosas tal como son, promover la diversidad cultural, fomentar análisis sobre temas de actualidad, dejar que las personas expresen libremente sus puntos de vista, educar a la audiencia, contar historias sobre el mundo, entregar orientación y consejos para la vida diaria, entre otros, sería fácil crear su perfil como periodista. Esto lo digo porque creo que la vida y obra de un hombre decente y buen ser humano como lo fue el amigo Adalberto, nos invita a pensar en este noble oficio del periodismo.
Sobre el periodismo y los periodistas habla mucha gente: académicos, políticos, publicistas, ciudadanos de ‘a pie’, gobernantes, empresarios; y muy pocos de ellos prestan atención rigurosa a las noticias o reportajes que se publican. Y justamente por esto, se generan debates y polarizaciones que dejan ver una notoria hostilidad hacia quienes ejercen este oficio. No es difícil sentir la tensión entre periodistas y políticos o, incluso, entre grandes empresarios. Muchos líderes –y no sólo en Colombia– asumen posturas prejuiciosas sobre periodistas y algunos medios de comunicación (sobre todo los alternativos e independientes) que no los veían como cercanos. No es desconocido que las puertas de la libertad de expresión y de opinión (fundada, claro) se les han cerrado a muchos periodistas; y aquellos que buscan montar sus propios medios lejos de los grandes emporios mediáticos, difícilmente “sobreviven.” Y, por obvias razones, quienes finalmente se ven afectados de manera negativa, son los ciudadanos que no pueden conocer lo que realmente sucede. ¿Consecuencia? La democracia tambalea.
Sobre este tipo de asuntos tuve la fortuna de conversar en algunas ocasiones con Adalberto, quien tenía una preclara concepción del periodismo y de cómo debe hacerse. Con seguridad, muchos de nuestros estudiantes del programa de Comunicación Social y Periodismo que fueron sus discípulos, también le escucharon cómo se debía ejercer este noble oficio. Y uno de estos asuntos es que hoy en día hay una complicación sustantiva: ya no es fácil saber qué se debe entender como periodismo. Los encuentros de las transformaciones tecnológicas, culturales, económicas y sociales le han movido el piso a la vieja industria de las informaciones mediáticas y de los mismos medios, sobre todo a las estructuras que se habían convertido en los pilares modernos del periodismo. Adalberto sabía que estos pilares han cambiado. Decía que las rutinas de trabajo diario, el conocimiento que se debía tener de las audiencias, la vigencia de las noticias, el consumo de los ciudadanos, las herramientas de trabajo, las plataformas virtuales, la circulación de la información, el sostenimiento económico muestran una mutaciones difíciles de comprender, máxime si no está atento a lo que sucede en el mundo.
Siempre vi en Adalberto a un hombre ecuánime, jovial, que sabía que era –que es– fundamental reportar las cosas como son, promover la diversidad cultural, y estimular los análisis sobre los acontecimientos actuales; y también vi en él su capacidad de dar consejo oportuno y entretener. Cosas sencillas de un buen periodista. Lo extrañaré y siempre recordaré su vozarrón lírico.
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