“Qué desgracia el Karma de haber nacido en un país donde la voz la tienen los políticos y los bandidos que son la misma cosa… su algarabía intensa y patológica es la que alimenta a los jóvenes y a los niños que crecen en medio de semejante caos, todo centrado en la muerte, el dolor, el abuso, la trampa, la pobreza, la estafa, la viveza, el griterío de líderes ignorantes y payasescos…”,expresó en un artículo reciente en LA PATRIA, el escritor manizaleño residente en París, Eduardo García Aguilar.
Descontadas algunas generalizaciones, García Aguilar tiene razón: se ha envilecido el debate público en Colombia y la confrontación dialéctica responsable y argumentada ha sido suplantada por el desafuero verbal, la diatriba feroz y la descalificación sin concesiones al contradictor que se pretende aplastar
La mass media, esa conjunción de circuitos por donde transita sin límite alguno toda la información destaca preferentemente el bullicio, y encumbra a los vociferantes y demagogos. No obstante que el ruido a veces impide oír las voces más inteligentes, más sensatas y desprevenidas de la sociedad, ellas se resisten al silencio, y hablan.
Un ejemplo: se hizo pública en julio pasado una declaración “sobre la crisis múltiple que vive la sociedad colombiana”, suscrita por la Comisión de Sabios convocada por este Gobierno hace más de un año.
En ella reiteran la necesidad de construir una sociedad basada en el conocimiento, equitativa y sostenible social y ambientalmente; identifican con optimismo que uno de los efectos de las crisis de la salud, la economía, la equidad y la gobernanza, es el surgimiento de una sociedad civil más organizada y reflexiva que ha hecho que las universidades, los empresarios, las organizaciones sociales de jóvenes, mujeres y ciudadanos, por ejemplo, hayan iniciado encuentros y procesos de reflexión que han derivado en propuestas para mejorar la democracia, ampliar y definir espacios de diálogo y garantizar el ejercicio de los derechos.
El proyecto que propone la Misión de Sabios no le apunta a una simple reactivación sino a una reconfiguración de la economía y a una transformación de la sociedad. En su proyecto, el acceso a la educación en todos los niveles debe ser universal y el trabajo y el conocimiento reconocidos como apalancadores de riqueza, salud y bienestar nacional. Así mismo, las artes y las ciencias deben convertirse en opción real para la juventud “en cuanto desarrollan la identidad de nación y el aprecio por la vida en todas sus manifestaciones.”
Señala la Misión que los programas educativos deben atender la necesidad de preparar a las niñas y niños para el manejo de la incertidumbre y la complejidad; las perspectivas de esta y otras pandemias y el avance desordenado del cambio climático no dan espera. La apropiación de tecnologías, la investigación útil a la solución de nuestros más acuciantes problemas, la atención a las iniciativas de los territorios y la disposición de pensar más allá de las propuestas de reforma tradicionales deben orientar los diálogos que la protesta social y las movilizaciones han suscitado. Hay que incorporar a nuestros planes y proyectos la bioeconomía entendida “como el proceso disruptivo que usa el conocimiento para la gestión sostenible circular de los recursos renovables, reposiciona la agricultura y el manejo de las aguas y los suelos como factores de desarrollo equilibrado y generador de empleo altamente sostenible… si los recursos naturales no se ponen en primer plano no habrá futuro promisorio para nadie. El planeta está enfermo y Colombia no es la excepción”
Ponerle atención al tejido social rural para reconstruirlo y transformar la agricultura en una actividad altamente productiva y sostenible, regenerativa, climáticamente inteligente y orientada a la seguridad alimentaria, tiene que ser un propósito indeclinable del Gobierno, al que por demás está obligado por los mandatos contenidos en el Acuerdo de Paz de la Habana.
Dice el informe que la coyuntura que vivimos invita al cambio y a la transformación, y que hay dolores históricos que se expresan en las movilizaciones populares que tenemos que superar a través de un viraje profundo en el manejo de los asuntos públicos. Significa que a partir de la comprensión de la agitación de los espíritus y la protesta tenemos que construir espacios de diálogo genuinos, abiertos, incluyentes, no solo en el ámbito nacional sino en los territorios y en la periferia.
El documento que hemos reseñado en pincelazos gruesos contiene la visión lúcida y esperanzadora de hombres y mujeres que han dedicado sus vidas al pensamiento, la ciencia, el arte y la cultura. Son tributarios de la Misión de Sabios que convocó en su momento el presidente César Gaviria a mediados de la década del 90 del siglo pasado, y de la cual hizo parte muy destacada el Nóbel García Márquez. Sus recomendaciones, como ha sido común en Colombia con las misiones de expertos, no fueron tomadas en cuenta. Tampoco ahora: no es sino ver el desprecio olímpico del presidente Duque a los reclamos de los académicos que le pedían no posesionar un ministro de Ciencia Innovación Tecnología severamente cuestionado por plagiario.
Mientras solo sigamos escuchando y difundiendo las voces del griterío y la polarización de los políticos, nuestra sociedad, como dijo Gabriel García Márquez en la presentación del documento de la primera Misión, “no tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra”.
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