Un intenso sentimiento de enfado colectivo ha recorrido el país en estos últimos días: las marchas callejeras de los protestantes durante más de 15 días continuos y el cruel saldo de víctimas entre muertos, heridos y desaparecidos, no tienen antecedentes en Colombia. Ya es historia el origen cercano de este desmadre colectivo: la actitud displicente de un Presidente ensimismado que no leyó correctamente la realidad del país que gobierna y pensó que era posible gestionar con éxito una reforma tributaria en el momento menos propicio, en que la pandemia nos agobiaba y se conocían los datos del DANE sobre incremento de la pobreza y el deterioro dramático de casi todos los indicadores económicos y sociales.
Estas circunstancias de coyuntura no hicieron más que desatar los sentimientos de indignación que se venían larvando desde finales de 2109 cuando una prolijo y variopinto pliego de peticiones convocó a vastos sectores de la sociedad a salir a la calle. El sentimiento de indignación se congeló por la pandemia, pero no desapareció. Al encontrar un claro referente en la propuesta de Reforma Fiscal, las expresiones de indignación recobraron ímpetu y hallaron el terreno abonado para manifestarse otra vez, ahora con mayor fuerza y razón: el mal manejo de la situación sanitaria, los datos del DANE sobre la evolución del empleo y la pobreza, la pérdida de confianza en el Gobierno y en las Instituciones, evidenciada en las últimas encuestas de opinión fueron elementos de más que contribuyeron a que se desataran otra vez los jinetes de la ira y se llevaran a cabo las más largas, numerosas, pintorescas, civilizadas, y también más violentas expresiones de protesta ciudadana, al punto que han sido calificadas de “históricas” y como un “punto de quiebre” en el devenir del país.
Por momentos se han visto a un Presidente y a un Gobierno paralizados, sin sentido de la urgencia y la oportunidad. El empecinamiento en no consultar con casi nadie el texto de la Reforma Tributaria, en no atender las recomendaciones de un grupo de expertos que el mismo Dignatario había convocado para que lo asesoraran, y en no retirar la propuesta del Congreso hasta que no tuviera el agua al cuello, así lo han dejado ver.
El retiro de la Reforma, la renuncia del ministro Alberto Carrasquilla y la oferta de educación superior gratuita para los estratos más pobres de la población, no han calmado totalmente las aguas y eso significa que la gente está mirando más allá de la coyuntura: están viendo un Estado y un Gobierno sin capacidad de tramitar exitosamente las crisis, una desvalorización del diálogo como instrumento democrático de transacción de intereses, y el fracaso de un modelo macroeconómico que solo le otorga importancia al déficit fiscal, al grado de inversión y a la inflación.
En cuanto al Gobierno, el Presidente confundió desde el principio la representación política con la repartición de mermelada: no hizo nada para conseguir gobernabilidad, no entabló un diálogo edificante y sincero con las agrupaciones políticas con asiento en el Congreso, se extravió durante buena parte de su mandato en asuntos imposibles e inconvenientes como la derogatoria de la JEP, nombró ministros que no representan a nadie, ni a los partidos, ni a los territorios, solo a él, su amigo y condiscípulo, cooptó con descaro las cabezas de los Órganos de Control para ponerlos a su servicio, puso en manos de incapaces la política internacional y la diplomacia, y enajenó su independencia a favor del caudillo que lo llevó a ese Cargo.
La llegada a Cali en horas insólitas, furtivamente, no se compadece con el ejercicio de liderazgo valiente y oportuno que los pueblos reclaman de sus conductores más caracterizados.
La “conversación nacional”, perdió contenido y utilidad cuando pretendió ser el epílogo de las movilizaciones de septiembre de 2019. Significó para los marchantes el desconocimiento de la virtuosidad de un diálogo genuinamente democrático y la perpetuación de una actitud altanera de un Gobierno que no quería escuchar, concertar y negociar. Tal conducta sin duda exacerbó la ira de los marchantes y los
llevó a exigirle al Gobierno la creación de verdaderos escenarios de negociación que finalmente aceptó por boca del comisionado Ceballos. La propuesta de Reforma Tributaria desnudó más allá de los datos y las cifras, las grotescas dimensiones de un modelo económico excluyente, inequitativo, injusto e insostenible socialmente. En este caso los hechos se adelantaron a la estadística y a la teoría: en medio de las movilizaciones, aparecieron los informes del DANE donde se daba cuenta del pavoroso incremento de la pobreza y la desigualdad.
Morir de hambre o del contagio pareció entonces ser un dilema resuelto para quienes se arriesgaban a marchar en medio del gentío.
Más allá de lo local, Colombia ha sido expuesta como muy pocas veces en su historia a un riguroso escrutinio internacional; la prensa del mundo ha informado prolijamente sobre lo que aquí está ocurriendo; las redes sociales y las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones han hecho imposible ocultar los desafueros de las autoridades y las respuestas violentas de algunos manifestantes.
A los ojos del mundo muchos de nuestros valores democráticos están en entredicho y así nos lo han hecho saber gobiernos, organismos defensores de derechos humanos y organizaciones multilaterales. Esas que muchos han llamado “las tecnologías de la liberación” han mostrado casi hasta la obscenidad nuestras pasiones más obcecadas y nuestras mal tramitadas iras colectivas.
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