“Que es terco, celoso de su fuero, reacio a la crítica y a las ideas de terceros” dijo de Iván Duque, Ricardo Ávila, analista sénior de El Tiempo, en un artículo publicado el 2 de agosto de 2020.
Esas características de su personalidad, por lo que se ve, se han ido acentuando con el tiempo; y han ido apareciendo otras nuevas como la arrogancia y la soberbia, muy evidentes a la luz de ciertos acontecimientos recientes e importantes:
Disfrazarse de policía y salir a visitar un CAI cuando todavía estaba caliente la sangre de muchos jóvenes muertos en las manifestaciones de comienzos de este año, es una actitud que expresa, además, un alto grado de insensibilidad frente a las víctimas y un evidente deseo de trivializar una tragedia que laceró hasta lo más profundo la sensibilidad de muchos colombianos.
Dejar el salón elíptico del Capitolio Nacional cuando iniciaba la intervención de la oposición en la instalación de una nueva legislatura del Congreso el 7 de agosto pasado, irrespeta no solo los más elementales rituales de la democracia, sino que violenta un principio fundamental de la tolerancia que consiste en escuchar con respeto a aquellos que no están de acuerdo con nosotros, y en particular a aquellos que por derecho y obligación constitucional controlan y critican los actos del gobernante.
Designar a Alberto Carrasquilla, otro ministro “censurable”, como codirector del Banco de la República, además, es desafiante y dogmático porque asume que un economista de altísima alcurnia académica y frondosos méritos tecnocráticos no tiene ideología, es aséptico a lo social y no debe asumir responsabilidad política alguna por sus metidas de pata que originaron las más graves y violentas manifestaciones populares de este país en los últimos 70 años.
Aventurarse a defender, sin más, a una ministra enredada en un escandaloso proceso de contratación plagado de irregularidades pone en evidencia, además, su desprecio por las instituciones del Estado de Derecho que nos indican que, en su vigencia, todos, por importantes que seamos, somos enjuiciables.
Ir al departamento del Magdalena, desconocer a su Gobernador, y no invitarlo a los actos oficiales, además de ser grosero e indelicado, vulnera mínimos principios de la cortesía, rompe con los más elementales protocolos de lo público y fractura el hilo institucional que establece que los dignatarios territoriales son agentes del presidente de la República en materias tan delicadas como el orden público y la ejecución de la política económica general.
Cuando el poder político se ejerce con arrogancia y altas dosis de soberbia y egolatría no solo se cometen errores de percepción que alteran el buen juicio y la correcta noción de la realidad, sino que se afectan las instituciones que son las reglas de juego a las que se tiene avenir una sociedad para poder funcionar bien.
Un gobernante elegido democráticamente no puede desconocer sin pudor los fundamentos sobre los que descansa la garantía de los derechos de la ciudadanía y poner en riesgo por ese camino su gobernabilidad.
Las últimas encuestas nos hablan de un deterioro dramático de la confianza de los colombianos en casi todas las instituciones; la institución presidencial aparece entre las más golpeadas por la opinión y este no es un asunto trivial: que a un gobierno le vaya mal en las encuestas puede ser motivo de felicidad para la oposición, pero al final termina por afectar negativamente al país en su conjunto pues la pérdida de seguridad en el primer dignatario de la nación concluye por menoscabar su gobernabilidad, hacer inefectivos los diálogos e imposibles los consensos; la ausencia de respaldo ciudadano debilita, de paso, la legitimidad, y la gobernanza, sufre un inevitable desgaste.
El líder de una nación no puede, sin que la sociedad asuma un alto costo, ir acumulando imposturas y dando mal ejemplo. Se es demócrata o no se es, se es respetuoso de las reglas de juego de una sociedad o no se es. Las actitudes arrogantes, soberbias y voluntaristas del presidente son un mal ejemplo para el país y sobre todo para los jóvenes que buscan encontrar en sus más connotados líderes, un referente, y un símbolo de los más altos valores de la comunidad organizada.
La extenuación de la gobernabilidad del presidente Duque ya se empezó a manifestar en la pintoresca sesión que se realizó dizque para votar la moción de censura contra una ministra que ya no era ministra (Karen Abudinen ya había renunciado); ella perdió, porque la censuraron la mayoría de quienes votaron, pero ganó porque esa mayoría no fue suficiente, entre otras cosas, porque muchos de los Representantes presentes en la sesión se abstuvieron de sufragar.
No otra cosa significa el hecho de que un Congreso ahíto de mermelada preelectoral le lleve la contraria a un presidente que metió las manos en el fuego por una funcionaria de sus más caros afectos y sus más entrañables complacencias políticas. Así las cosas, es previsible que al final del período presidencial, cuando el marchitamiento de la gobernabilidad se vaya haciendo más evidente, a muchas iniciativas que hayan de llegar desde el Ejecutivo al Congreso, muchos parlamentarios simplemente preguntarán, “¿de qué me hablas viejo?”
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