A Sergio Fajardo lo conocí cuando fue gobernador de Antioquia y yo ocupaba el mismo cargo en el departamento de Caldas. Observé como muchos colombianos con curiosidad y expectativa la experiencia de su acceso primero a la alcaldía de Medellín y luego a la gobernación de su departamento. Sus campañas significaron un cambio sustancial en la forma de hacer política en Colombia: con un grupo de amigos se empecinó en recorrer los sitios más recónditos de Medellín, “mirando la gente a los ojos, estrechando sus manos y entregándoles personalmente un volante con el contenido resumido de su plan de gobierno.” Así se hizo elegir alcalde.
La misma faena lo llevó luego a los más de 120 municipios de Antioquia, donde se acercó a las comunidades del litoral y de la montaña, dejando una sensación de cercanía que le valió ser elegido Gobernador con una votación inédita en ese territorio hasta ese momento.
Esas que fueron formas distintas de competir en el debate electoral, significaron también una manera nueva de relacionarse con el Concejo de Medellín y la Asamblea Departamental. Elegido como fue sin la mediación de partidos políticos tradicionales, inauguró un nuevo trato con concejales y diputados, totalmente ajeno a las transacciones de corte clientelista o politiquero. Eso le permitió conformar un equipo de trabajo altamente calificado desde el punto de vista técnico y académico, y adelantar una labor que fue reconocida tanto en ámbitos nacionales como internacionales.
Es matemático de la Universidad de los Andes, magister y doctor de la Universidad de Wisconsin y doctor honoris causa de las universidades Menéndez y Pelayo de España, y Nacional de Córdoba, Argentina. Ha ejercido la cátedra universitaria en distintos centros de educación superior del mundo, ha sido investigador y miembro de la primera Comisión de Maestrías y Doctorados que tuvo Colombia, columnista de prensa, subdirector de El Colombiano de Medellín.
Es un hombre de pensamiento y estudio, disciplinado y preocupado por la educación y la ciencia, inquieto observador de la realidad nacional y proclive sin atenuantes al diálogo y a las más elevadas formas de la política entendida como manera civilizada de superar las diferencias y contradicciones consustanciales a cualquier sociedad.
Desde esa perspectiva es un ciudadano del mundo, anclado a la ciencia, la educación y la cultura, con experiencias administrativa y de gobierno, consciente, por eso, de la necesidad de superar la esclerosis institucional que padece nuestro país. Cuando fue gobernador de Antioquia entre el 2012 y el 2015, su plan de desarrollo “Antioquia la Más Educada,” fue premiado como el mejor del país, y gracias a su ejecución, obtuvo el reconocimiento como el mejor Gobernador, otorgado por la Fundación Colombia Líder. Ha sido galardonado con varios premios como Excelencia y Liderazgo en Gestión Humana y Desarrollo de la Universidad de Rotterdam, Países Bajos en 2014.
En medio del desasosiego, la exacerbación del lenguaje y la irritabilidad emocional, avanza esta campaña política; los resultados del pasado 13 de marzo nos indican que seguimos bordeando los límites de los extremos, y que tenemos un sistema electoral desueto, confuso y peligroso para la democracia. Tal vez el ruido de estas circunstancias ha impedido que se escuchen las voces más sensatas, es decir, aquellas que no defienden a rajatabla el statu quo, pero tampoco las que ofrecen rupturas institucionales irreversibles.
Las actitudes irresponsables y francamente temerarias de ciertos actores políticos con relación a las dificultades derivadas de los errores de la Registraduría y del registrador, en los pasados comicios, desnudaron otra vez, el estado de irritabilidad y crispación a que ha llegado el debate público en Colombia. Sin medir consecuencias y haciendo gala del más burdo estilo trumpista, importantes líderes políticos pretendieron subvertir el orden, equiparando los errores, monumentales, eso sí, en el conteo de votos, a un gran fraude electoral.
La virulencia con que se asumen los debates no alcanza a ocultar la simpleza de los argumentos; el lenguaje desapacible de los candidatos no se compadece con las urgencias de ir encontrando desde ya puntos de encuentro en torno a la superación de los grandes problemas nacionales. La fuerza emotiva de los argumentos simples crea un ambiente enrarecido, cargado de sensaciones contradictorias: o conservamos el statu quo, aún a costa de seguir contando por miles nuestros muertos, o nos lanzamos al vacío para dar la sensación de que el cambio profundo que se promete como una operación salvamente es inevitable y necesario, y no un regreso al pasado, con bondades que ya han sido negadas por la historia y por experiencias recientes y cercanas.
Las ejecutorias de Sergio Fajardo, su posición equidistante de los polos extremos desde donde se miran con odio y temor a los contradictores políticos, lo hacen el presidente ideal para lidiar con estos tiempos tormentosos que nos agobian. Es necesario tener capacidad de consensuar y de asegurar los grandes acuerdos para transformar a Colombia. Ha tenido éxito en el ejercicio del poder regional y local, y ha sabido actuar también con éxito asumiendo nuevas formas de acción política en un país con una democracia sin partidos serios, e indigesta de clientelismos e impudicias morales. Y, además, sabe de educación; y como alguien decía, si un político no sabe cómo cambiar la educación para mejorarla, es mejor cambiar de político.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015