Después de un mes el paro continúa, las manifestaciones se mantienen, el saldo de muertos, heridos y desaparecidos crece y hay una percepción de que la negociación entre los líderes del paro y el Gobierno avanza de manera muy lenta.
En medio de la hojarasca retórica que suele acompañar estos procesos, los debates se vuelven interminables, y los acuerdos no se concretan con la urgencia debida. Y para completar, en medio de esa atmósfera enrarecida, nadie se explica por qué el presidente Duque nombró un coordinador de las negociaciones cuando sabía que iba a renunciar a los pocos días.
Hasta hoy la hoja de ruta no parece clara: los líderes del paro no representan a todos los actores de las marchas y el Gobierno anda extraviado intentando encontrar la gobernabilidad perdida, repartiendo a destajo ministerios entre las colectividades políticas que tienen asiento en el Congreso, pero no conexión con la sociedad que está protestando.
La agenda tendrá que conectar los temas de coyuntura con los estructurales y contener de una u otra forma las dos miradas que se tienen de la crisis: la sombría que dice que aquí lo que se está viviendo no es más que la expresión de una sociedad caotizada y anárquica, huérfana de liderazgos fuertes y mano dura, y la optimista que asume que lo que está ocurriendo es un reverdecer de la democracia de participación, una verdadera primavera popular.
La primera visión, la del miedo, exige acabar con el paro ya, militarizar las ciudades, desbloquear carreteras con el ejército, extinguir el dominio a los dueños de los camiones, usar la fuerza, así sea letal contra los manifestantes, rodear sin titubeos al gobierno en sus acciones represivas y pensar seriamente en declarar el estado de conmoción interior.
La segunda, la de la esperanza, exige considerar un nuevo equilibrio para el país en el marco de la Constitución “con reformas de fondo en las que los jóvenes tengan poder de decisión en espacios de un diálogo creíble con método y garantías” (Sergio Jaramillo, excomisionado de paz, El Espectador, 22 de mayo, 2021).
Claramente el Gobierno, por lo menos en principio, se ha decantado por la primera perspectiva: mientras vigoriza la represión, intenta deslegitimar las protestas y radicar en cabeza de otros la responsabilidad de la crisis.
En el camino, Colombia ha perdido su grado de inversión y sufre como nunca un deterioro enorme de su imagen internacional. Las redes sociales expanden por el mundo los testimonios de la brutal respuesta del Estado a los manifestantes, y cuando la Corte Interamericana de Derechos Humanos solicita autorización para visitar al país, la canciller Martha Lucía Ramírez se va a los Estados Unidos a decir que no para luego decir que sí.
En el entretanto la economía se hunde y la pobreza aumenta. Lo único bueno es que al parecer el ministro Carrasquilla se equivocó cuando anunció que la caja del Estado se agotaría en dos meses, y eso al parecer no ha ocurrido: se siguen pagando ingentes sumas de dinero, por ejemplo, a compañías internacionales de lobby como a una que ha producido y puesto a circular en estos días por el mundo un video en el que el presidente Duque se auto entrevista en inglés para intentar explicar por qué él no tiene la culpa de nada de lo que está pasando.
Lo que uno no ve, en el mejor de los casos, es que el Gobierno esté cogiendo la crisis “en su punto” para hacerla productiva; digo esto en el sentido de señalar mis dudas sobre algunas hipótesis que plantean que lo que el partido de gobierno y el Primer Mandatario quieren es exacerbar la crisis, llevarla a un punto límite y hacer inevitable así una deriva autoritaria para Colombia.
Si no es así, lo que se espera es que sobre la base del pliego de peticiones que los líderes del paro le entregaron al Gobierno hace 11 meses, se convoque a los distintos sectores sociales a construir con ellos decisiones ya, y a pactar los puntos fundamentales de las que serían las grandes propuestas de paz, crecimiento y desarrollo para la Colombia del futuro.
No hay certeza sobre la dirección inmediata de estos acontecimientos; puede ocurrir que como ocurrió en otro mayo, el francés del 1968, aquí también se estén cocinando las condiciones para extirpar los males de un antiguo régimen que nos ha legado mucha pobreza, mucha violencia, mucha inequidad, mucha frustración y mucha ira.
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