Alguien definió la crisis como aquel estado de cosas en donde cuando algo debe nacer no nace y cuando algo que debe morir no muere. Se precisa, además, como un cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estas son apreciadas.
En Colombia para salir de la crisis hay cosas que deben morir: la violencia, la corrupción, la desigualdad, la impunidad, los extremismos, la desconfianza, la pobreza. Y otras que deben nacer: la paz, la capacidad de ponernos de acuerdo para perseguir propósitos comunes, la solidaridad, la compasión colectiva, la verdad, la prosperidad y el orden.
Se ha dicho que este año 2022 puede ser el punto de partida hacia la superación de la crisis; hechos recientes han desnudado la patética situación que viven muchos colombianos que no encuentran en el actual estado de cosas, nada nuevo qué esperar. Con la pandemia aumentó la riqueza de los millonarios, mientras que los pobres han estado más expuestos a la muerte por el covid19 según el informe, “Las desigualdades que matan”, presentado hace unos días por Oxfam.
La pandemia acentuó las desigualdades en Colombia, según informe del Banco Mundial: “si se toma en cuenta el coeficiente de Gini, el método más utilizado para medir la desigualdad por ingresos, en Colombia se ubicó en 0,53 en 2019. En el informe titulado “Hacia la construcción de una sociedad equitativa para Colombia”, este indicador se elevó a 0,54 en 2020. Para tener un ejemplo, el país más equitativo de la OCDE fue Eslovaquia con un índice de 0,24.”
Dado el impacto de la pandemia en Colombia, unos 3,6 millones de personas han sido arrastradas a la pobreza, y la tasa de pobreza extrema se elevó en 5,5%.
El Gobierno mientras tanto viene celebrando alborozado los datos del crecimiento del PIB: “Vamos a crecer al nivel más alto en 115 años. Este es un logro tremendo del país”, clamó con elocuencia emocionada el presidente Duque. Lo cierto es que los resultados no dan para tan tremenda exultación, “hay que considerar, además que crecer 8,6% después de caer 6,8% como ocurrió en 2020 es apenas natural”, dice Salomón Kalmanovitz.
En el campo económico queda una gran tarea por realizar habida cuenta, además, del crecimiento de la inflación y la poca dinámica en la generación de empleo. Y en el plano de lo político, las reformas no dan espera.
El escenario por ahora no se ve adecuado a los imperativos de cambio: según la última encuesta de Invamer, a fines de diciembre, quedó en evidencia la enorme desconfianza de los colombianos en las instituciones; la mayoría de los colombianos no creen en nada ni en nadie. Los partidos, las Farc, el Congreso, la Corte Suprema, la Fiscalía, la Policía, la Procuraduría, la Corte Constitucional, la Contraloría, la JEP, los sindicatos, los medios de comunicación, la Junta del Banco de República, el Presidente, unas más que otras, tienen una opinión desfavorable de los ciudadanos. Los partidos tienen una favorabilidad del 7%, apenas comparable con la de las Farc y el ELN que aparecen también con el 7%, las primeras, y 5% el segundo.
Cuando en un país los partidos, componentes esenciales de una democracia, tienen el mismo desprestigio que los actores violentos, algo muy grave está ocurriendo. Esto significa que tenemos un sistema político sin legitimidad que menoscaba el orden, la disciplina social, el cumplimiento de las normas, el crecimiento de la economía y la posibilidad de ganar consensos para adelantar transformaciones de fondo. Con razón dijo Patricia Lara, columnista del Espectador analizando estos resultados, que “en un país que no cree en nada ni en nadie, puede pasar cualquier cosa”. Como la afirmó Jairo Núñez, investigador de Fedesarrollo, “es necesario que el Estado se embarque en un proceso de modernización y desarrollo, tanto institucional como físico, con el fin de incrementar el bienestar para que se reduzcan las desigualdades.”
El 2022 podría ser para Colombia el año cuando empecemos a darle forma a un nuevo contrato social que nos reconcilie con la modernidad; un cambio, sí, profundo, pero sereno, fruto de una construcción colectiva, ajena a caudillismos anacrónicos y mesianismos delirantes.
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