Se ha vuelto lugar común afirmar que si algo ha hecho la pandemia es desnudar en todo el mundo las más graves carencias y dificultades de nuestras sociedades.
Las instituciones públicas, el papel del Estado, las imperfecciones del mercado, las ineficiencias de los gobiernos, el orden internacional y la globalización, se han puesto en entredicho de manera generalizada.
Soplan en el mundo vientos de reforma que sugieren y exigen cambios en las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales vigentes. Qué tan huracanados sean esos vientos en los distintos países, depende de las particulares condiciones en que los encuentra la crisis.
La producción y distribución de la vacuna podría ser el punto de inflexión que nos diga qué tan eficaces son las instituciones internacionales para darle curso global a un problema global, tal vez el más global que ha padecido la humanidad en toda su historia.
En el ámbito de la cultura “lo que el hombre agregue al hombre” como consecuencia de la crisis, no está claro todavía, pero la historia nos enseña que, al margen de los quereres e intenciones de los seres humanos, las crisis engendran por sí mismas cambios profundos. Aun si, como dice Fernando Savater citando a Michel Houellebecq, los hombres después de la pandemia seguirán viviendo igual, pero un poco peor, los cambios serán inevitables sobre todo en el ámbito de las instituciones, formales y no formales, que al fin al cabo no son otra cosa que expresiones de la cultura.
En un documento que divulgó Fedesarrollo en días pasados y que cita en su columna de El Tiempo Carlos Caballero Argáez, esa entidad “después de revisar la triste realidad de los obstáculos de toda índole que se atravesaron en el desarrollo del país en los últimos cincuenta años, es claro el rezago en términos de crecimiento y bienestar social; concluye que en materia de reformas estructurales y como consecuencia del covid19 “el panorama del crecimiento para 2020-2030 luce desalentador…”, y propone, en consecuencia reformas profundas en varios frentes.
Colombia se caracteriza por ser un país donde las reformas no llegan a tiempo o simplemente no llegan: las únicas que se dan periódicamente son las tributarias, aunque todavía seguimos esperando la “reforma estructural”.
Después de múltiples guerras civiles en el siglo XIX entre federalistas y centralistas, solo en 1991, la Asamblea Constituyente le ordenó al Congreso expedir una ley de ordenamiento territorial que apenas fue aprobada en 2011 después de 22 intentos en el Congreso de la República.
Ni qué decir de las leyes de reforma agraria que ni siquiera con el refuerzo de los Acuerdos de La Habana han sido tramitadas suficientemente. Y mientras tanto, el Estado no controla la totalidad del territorio y se ahogan en un río de sangre las regiones de la periferia.
Del 2018 hasta ahora, han estado hibernando en el Congreso más de 24 propuestas de reforma electoral; ese número habla por sí solo de la urgencia de acometer cambios que posibiliten adecentar la política y crear condiciones para el ejercicio de una democracia respetable y efectiva.
La salud, la educación, las pensiones, la justicia, el trabajo son, entre muchas, áreas de la actividad del Estado, políticas públicas que reclaman pronto tratamiento para su adaptación a los tiempos que corren.
Fuera de los arreglos típicamente clientelistas que han hecho posible la cooptación de todos los órganos de control del Estado por parte del Gobierno, nada se ha dicho de la necesidad de un gran acuerdo nacional que nos recoja a todos en torno a estas discusiones fundamentales.
El Nuevo Compromiso por Colombia, el plan para superar los desastres de la pandemia del presidente Duque, apunta a invertir 100 billones de pesos en vivienda, infraestructura y tecnología, fundamentalmente; al margen de que se le quiera dar un alcance de largo plazo, muchos analistas coinciden en afirmar que le falta profundidad, que se queda corto y que solo consulta precariamente la coyuntura.
Los días que vienen van a ser sumamente críticos y la recuperación lenta. No se está haciendo desde el gobierno una tarea de fondo que con la excusa de la pandemia convoque a la definición de un gran propósito más allá de la mera reactivación. Por lo menos desde este punto de vista estamos dejando pasar la oportunidad que nos brinda la crisis.
Y mientras tanto el país mirando hacia el Ubérrimo y su obligado huésped- propietario.
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