Renovarse es ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida. Jesús enseña que la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes.
Tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos o rituales que no llevan a un cambio real de vida.
La fe no es algo estático y apegado a la doctrina, debe partir de una viva experiencia de Dios y de su amor, un continuo movimiento hacia Cristo.
Hay que cambiar con valentía y sacrificio, pero también con pasos firmes y sin apartarse de la fe.
Como Jesús zarandeaba a los doctores de la ley para que salieran de su rigidez, ahora la Iglesia es zarandeada por el Espíritu para que deje sus comodidades y apegos.
Se nos pide crecer en arrojo, en un coraje evangélico. No se puede ser un buen católico sino se está dispuesto a abrirse y darse a los demás.
No podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de prohibido el paso, ni considerar que esta parcela es mía. La Iglesia no es una aduana, todos tienen cabida.
Las anteriores son palabras del papa Francisco en su viaje por Colombia que conviene recordar y aplicar. Sin buenas obras la fe está muerta.
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