En Medellín el buen Francisco invitó con amor y claridad a un cambio de vida y superar una fe de actos externos, lo que pide un continuo aprendizaje y tres acciones:
Ir a lo esencial, renovarse e involucrarse. La Iglesia y los creyentes deben a ir a lo profundo, a lo que cuenta y comprometerse.
“Que la iglesia deje sus comodidades y sus apegos. La renovación supone sacrificio y valentía, respuestas nuevas. Sin miopías heredadas”.
Francisco desde que es papa se ha atrevido a emplear un lenguaje que no es aceptado en la misma Iglesia por los enemigos del cambio.
Eso tiene un gran valor, pero lo más importante es que sus palabras las refrenda con su coherencia, su sencillez, su bondad y su austeridad.
Ojalá diera el paso de convocar un concilio para impulsar adentro una renovación audaz que no se da desde el Vaticano II hace más de 50 años.
Es demasiado tiempo de “apego a normas y leyes” en un mundo de mutaciones constantes en el que, si te instalas y no te renuevas, pierdes eficacia y convocatoria.
No es fácil para el carismático Francisco mover o derribar estructuras pesadas que debilitan y opacan todo lo bueno que hacen millares de sacerdotes, religiosos y fieles.
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